Me flipa el facebook del tal chani

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]L[/mkdf_dropcaps]o confieso: de un tiempo a esta parte, mi actividad en Facebook ha quedado reducida a monitorear el grado de locura del personal de mi gimnasio, de mis vecinos o de mis excompañeros del cole. Y no es poca cosa. Supongo que yo tampoco me salvo de la constante fiscalización de mis cuentas en Instagram o twitter. Pero es lo que hay. De todos modos, en la red social favorita de los boomers, el delirio se manifiesta de un modo más sutil y la extravagancia es casi siempre involuntaria.

Así, la comicidad de imágenes y textos que uno encuentra por aquí surge de la burda espontaneidad del prójimo, de las fotos de perfil pixeladas que se repiten hasta cuatro veces, de Ave Marías ilustradas con escudos del Madrid, de posts absurdos con mayúsculas y puntos suspensivos infinitos tipo: “ACTUALMENTE ME HENCUETRO DESARROYANDO UNA ACTIVIDAD COMERCIAL…..DIOS LES BENDIGA….. SALUDOS DESDE PERU………”; de un contenido, en definitiva, tan solo disfrutable por aquellos paladares educados en la ironía surreal que habita en los márgenes de internet; en espacios como este.

Pero el verdadero hallazgo, el gran rubí de la cueva de las maravillas, surge cuando te encuentras a alguien de la esfera pública del que no te esperabas ni de coña que hubiera proyectado su identidad digital con tanta dejadez. Es el caso de Antonio Pérez Henares, alias ‘Chani’, escritor, periodista, tertuliano y cazador cazado.

Por lo que cuenta de él su Facebook, es un tío que se te presenta en cualquier sitio con un chaleco de Coronel Tapioca y una fedora de juguete. Una especie de Pérez Reverte mal. Como un Indiana Jones envejecido y resacoso en el desierto de los Monegros investigando vete tú a saber qué.

En fin. Entrar a fondo en Facebook ha sido como volver a las fiestas del pueblo vecino 10 años después: ya no queda casi nadie de la peña, y los que hay, llevan las mismas pintas, escuchan la misma música y se meten el mismo spiz que entonces. Todo me sabe a conocido, pero un poco más amargo. La degeneración y el estancamiento han suplantado al hedonismo y a las consignas de superación que imperan en la red social de dónde vengo, Instagram, o sea, Nueva York. Y, la verdad, no sé qué es peor.

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]L[/mkdf_dropcaps]o confieso: de un tiempo a esta parte, mi actividad en Facebook ha quedado reducida a monitorear el grado de locura del personal de mi gimnasio, de mis vecinos o de mis excompañeros del cole. Y no es poca cosa. Supongo que yo tampoco me salvo de la constante fiscalización de mis cuentas en Instagram o twitter. Pero es lo que hay. De todos modos, en la red social favorita de los boomers, el delirio se manifiesta de un modo más sutil y la extravagancia es casi siempre involuntaria.

Así, la comicidad de imágenes y textos que uno encuentra por aquí surge de la burda espontaneidad del prójimo, de las fotos de perfil pixeladas que se repiten hasta cuatro veces, de Ave Marías ilustradas con escudos del Madrid, de posts absurdos con mayúsculas y puntos suspensivos infinitos tipo: “ACTUALMENTE ME HENCUETRO DESARROYANDO UNA ACTIVIDAD COMERCIAL…..DIOS LES BENDIGA….. SALUDOS DESDE PERU………”; de un contenido, en definitiva, tan solo disfrutable por aquellos paladares educados en la ironía surreal que habita en los márgenes de internet; en espacios como este.

Pero el verdadero hallazgo, el gran rubí de la cueva de las maravillas, surge cuando te encuentras a alguien de la esfera pública del que no te esperabas ni de coña que hubiera proyectado su identidad digital con tanta dejadez. Es el caso de Antonio Pérez Henares, alias ‘Chani’, escritor, periodista, tertuliano y cazador cazado.

Por lo que cuenta de él su Facebook, es un tío que se te presenta en cualquier sitio con un chaleco de Coronel Tapioca y una fedora de juguete. Una especie de Pérez Reverte mal. Como un Indiana Jones envejecido y resacoso en el desierto de los Monegros investigando vete tú a saber qué.

En fin. Entrar a fondo en Facebook ha sido como volver a las fiestas del pueblo vecino 10 años después: ya no queda casi nadie de la peña, y los que hay, llevan las mismas pintas, escuchan la misma música y se meten el mismo spiz que entonces. Todo me sabe a conocido, pero un poco más amargo. La degeneración y el estancamiento han suplantado al hedonismo y a las consignas de superación que imperan en la red social de dónde vengo, Instagram, o sea, Nueva York. Y, la verdad, no sé qué es peor.

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