SE ME HA PASADO EL ARROZ PARA SUICIDARME

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]F[/mkdf_dropcaps]acu Díaz es el tío más repugnante del planeta. Esto no tiene nada que ver con el artículo en absoluto, pero si no lo escribo, reviento.

Supongo que reflexionar sobre First Dates dará perezota a la Generación Z, pero más allá de flirtear con aficiones propias de mi década anterior, no puedo evitar asumir hábitos de profesor de secundaria adicto a las tragaperras, tales como cenar viendo programas mainstream de la TV convencional.

Al margen de la morbosa curiosidad por ver ese proceso en el que dos personas -aquejadas de evidentes problemas cognitivos y para la conformación de frases en español- acabarán trajinando, lo que me hace estallar la cabeza es la edad de la gente.

El que parece que tiene 48, tiene 21. La que parece que tiene 38, tiene 12. A veces me miro al espejo y me pregunto si el problema lo tengo yo. Si sigo viéndome igual que hace diez años porque algún mecanismo de defensa quiere que perpetúe una imagen nostálgica de los días azules. Nunca llego a una conclusión que me satisfaga.

Ayer vi en FD a un tío de 23 años que parecía de 36, vistiendo una camiseta blanca con una serigrafía verde que rezaba, literalmente, “maricón”. A su pareja le daba un poco de vergüenza ese dresscode. Y a una señora viuda de 68, que parecía de 125, que antes de los postres le dijo a su cita, un camionero divorciado de Lorca (Murcia), que si era “sarvahe en el terreno sesuáh”. “Cuando hay que serlo, soy”, esputó dubitativo y visiblemente cortado el truck driver.

Dos canarios de mediana edad -que en mi percepción rozaban la senectud- confirmaron ser almas gemelas dado que a los dos les gustaba la música, en general, y viajar, en general.

Un gallego con piel de centollo hablaba con acento mexicano sin haber salido de Lugo porque escuchaba narcocorridos desde pequeño. Su pareja no entendía nada. Yo tampoco.

Y dos jóvenes que en mi mente estaban pre-jubilados se preguntaban acerca de su personaje histórico favorito. “Esa mujer de la ciencia que inventó de todo”, dijo él, feminista. “Yo el rubio que murió ahogándose en sus propios vómitos”, profirió ella. Ojalá estuviera hablando de mí.

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]F[/mkdf_dropcaps]acu Díaz es el tío más repugnante del planeta. Esto no tiene nada que ver con el artículo en absoluto, pero si no lo escribo, reviento.

Supongo que reflexionar sobre First Dates dará perezota a la Generación Z, pero más allá de flirtear con aficiones propias de mi década anterior, no puedo evitar asumir hábitos de profesor de secundaria adicto a las tragaperras, tales como cenar viendo programas mainstream de la TV convencional.

Al margen de la morbosa curiosidad por ver ese proceso en el que dos personas -aquejadas de evidentes problemas cognitivos y para la conformación de frases en español- acabarán trajinando, lo que me hace estallar la cabeza es la edad de la gente.

El que parece que tiene 48, tiene 21. La que parece que tiene 38, tiene 12. A veces me miro al espejo y me pregunto si el problema lo tengo yo. Si sigo viéndome igual que hace diez años porque algún mecanismo de defensa quiere que perpetúe una imagen nostálgica de los días azules. Nunca llego a una conclusión que me satisfaga.

Ayer vi en FD a un tío de 23 años que parecía de 36, vistiendo una camiseta blanca con una serigrafía verde que rezaba, literalmente, “maricón”. A su pareja le daba un poco de vergüenza ese dresscode. Y a una señora viuda de 68, que parecía de 125, que antes de los postres le dijo a su cita, un camionero divorciado de Lorca (Murcia), que si era “sarvahe en el terreno sesuáh”. “Cuando hay que serlo, soy”, esputó dubitativo y visiblemente cortado el truck driver.

Dos canarios de mediana edad -que en mi percepción rozaban la senectud- confirmaron ser almas gemelas dado que a los dos les gustaba la música, en general, y viajar, en general.

Un gallego con piel de centollo hablaba con acento mexicano sin haber salido de Lugo porque escuchaba narcocorridos desde pequeño. Su pareja no entendía nada. Yo tampoco.

Y dos jóvenes que en mi mente estaban pre-jubilados se preguntaban acerca de su personaje histórico favorito. “Esa mujer de la ciencia que inventó de todo”, dijo él, feminista. “Yo el rubio que murió ahogándose en sus propios vómitos”, profirió ella. Ojalá estuviera hablando de mí.

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