Las biografías de Tinder en las que Soltera Dulce 23 parafrasea a Alicia en el país de las maravillas al reconocer que está loca “pero que las mejores personas lo están” han hecho muchísimo daño.
Estar loco, escupir fuego por la boca, creer que eres un elfo o que te guste el balonmano no está bien; por más que lo diga el conejo retrasado de Alicia o el pesadísimo de Ángel Martín.
Llevo una semana leyendo a los representantes de la escolástica moderna hispanoamericana (Cristina Pedroche, Risto Mejide, Wendy Sulca), glorificando que Ángel Martín haya escrito un libro sobre las voces que oye o que oía o que oirá como consecuencia de haberse metido toda la droga. Hay que parar esto.
Reconozco que, en parte, es personal; y es que cada vez que oigo cómo este señor de 40 años sigue con el rollo ese que lleva 50 años interpretando, simulando que todo se la suda con una ironía jodidamente artificial, siento un sopor terrible que acaba con violentas voces en mi cabeza que me obligan a tirar el móvil por la ventana, comer yogur griego compulsivamente y darle un caramelo de menta a Ángel Martín y acariciarle su rugosa calva mientras le susurró “ya pasó”.
Vamos a dejarlo claro: no vas a ayudar a nadie, porque tu testimonio tiene de terapéutico para un loco lo mismo que la carta de McDonlad`s para un diabético. Contar esa vaina en un libro tampoco es que sea un acto de valentía y admiración comparable a salvar un montón de ballenas. Es sacarte unas pelas y que el coach BOBO de tu Instagram suba una reel fardando de que se ha leído un libro que no se titula “QUIÉRETE”.