BALONMANO: EL DEPORTE DE LOS DEPREDADORES SEXUALES

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]E[/mkdf_dropcaps]En cada colegio/instituto hay un porcentaje grandote de niños que eligen el fútbol para quemar el ego. Residualmente, los hay que eligen el baloncesto o las drogas. Pero existe un escuálido pero inquietante porcentaje que se inclina por otro deporte por el balonmano. Son las peores personas.

Nadie sin un futuro potencialmente delictivo elige el balonmano como desahogo deportivo.

El balonmano es el fútbol con trampas. Es una danza aburridísima con una pelota hipertrofiada. Es una cueva llena de personajes velludos, con cartílagos casi reptilianos y una fisonomía que oscila entre el leñador que oculta grandes secretos y el militar serbio.

No tiene ningún sentido meter tantos goles ni meterlos con la mano. Ni esos saltitos de ballet mal dados en el cortejo ofensivo. Ni esa defensa en línea cobarde. Ninguna guerra se ganó con tanto deshonor. Ni siquiera los gabachos durante Los Sitios de Zaragoza fueron tan rastreros.

El portero es un gilipollas. Representa la potencialidad del horror, porque es la peor posición en el peor deporte. Solamente es ese monigote estático de las ferias al que bombardear con un objeto contundente que hace mucho daño mientras el cacique gitano que regenta la atracción sabe que no vas a llevarte el muñeco de Bob Esponja para tu cita de Tinder. Lo mejor que le puede pasar al portero de un equipo de balonmano es que le hagan mucho daño y así únicamente reciba 34 goles en un partido.

Entre los personajes históricos de este deporte solo podemos recordar a Urdangarin, paradigma de la delincuencia; y a Talant Dujshebaev, paradigma de apellido falso de corruptor de menores.

¿Hay algo peor? Sí. Como en los círculos del Infierno de Dante, cuando crees que no, siempre hay un estrato inferior en la escala de la indecencia. El waterpolo: EL BALONMANO PARA PECES.

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]E[/mkdf_dropcaps]En cada colegio/instituto hay un porcentaje grandote de niños que eligen el fútbol para quemar el ego. Residualmente, los hay que eligen el baloncesto o las drogas. Pero existe un escuálido pero inquietante porcentaje que se inclina por otro deporte por el balonmano. Son las peores personas.

Nadie sin un futuro potencialmente delictivo elige el balonmano como desahogo deportivo.

El balonmano es el fútbol con trampas. Es una danza aburridísima con una pelota hipertrofiada. Es una cueva llena de personajes velludos, con cartílagos casi reptilianos y una fisonomía que oscila entre el leñador que oculta grandes secretos y el militar serbio.

No tiene ningún sentido meter tantos goles ni meterlos con la mano. Ni esos saltitos de ballet mal dados en el cortejo ofensivo. Ni esa defensa en línea cobarde. Ninguna guerra se ganó con tanto deshonor. Ni siquiera los gabachos durante Los Sitios de Zaragoza fueron tan rastreros.

El portero es un gilipollas. Representa la potencialidad del horror, porque es la peor posición en el peor deporte. Solamente es ese monigote estático de las ferias al que bombardear con un objeto contundente que hace mucho daño mientras el cacique gitano que regenta la atracción sabe que no vas a llevarte el muñeco de Bob Esponja para tu cita de Tinder. Lo mejor que le puede pasar al portero de un equipo de balonmano es que le hagan mucho daño y así únicamente reciba 34 goles en un partido.

Entre los personajes históricos de este deporte solo podemos recordar a Urdangarin, paradigma de la delincuencia; y a Talant Dujshebaev, paradigma de apellido falso de corruptor de menores.

¿Hay algo peor? Sí. Como en los círculos del Infierno de Dante, cuando crees que no, siempre hay un estrato inferior en la escala de la indecencia. El waterpolo: EL BALONMANO PARA PECES.

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