C. TANGANA R.I.P.

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]M[/mkdf_dropcaps]e he quedado atrás con C. Tangana. Pensaba que nunca llegaría este día, pero sus últimas canciones me lo confirman: soy condenadamente viejo. Ya me jode, porque Pucho me ha flipado de siempre. El tío nació en julio del 90, como yo, y he ido viviendo sus diferentes etapas como mías propias.

Yo no estaba cerca de ser el típico chaval rapero de los 2000. Algún porro me fumé a escondidas, también me pillé sprays Montana color naranja butano y dejé un par de firmas lamentables debajo de algún puente, pero se veía a kilómetros que aquello no era lo mío.

Pasé la clásica fase de ver batallas de gallos de Red Bull y ponerme a rapear borracho con colegas, trabándome e insultando a partes iguales. Con algo más de talento lo hacía ya nuestro protagonista (entonces Crema) junto a otro fenómeno, Márkes (ahora Israel B, ex Corredores de Bloque y Takers).

Con buen criterio, Crema migró su rap de parque a sus trabajos en solitario y con Agorazein. Con aquello ya empatizaba más. Los primeros paseos de madrugada de vuelta a casa, borracho cual puma y sin haber follado (anda que no quedaba). Las poses de tipos duros, pero corrientes, de barrio. Las referencias a Notorious Big, Gang Starr o Mobb Deep. 

Luego llegó su debut como C. Tangana y me voló la cabeza. Las letras me llegaban más que nunca, especialmente aquel himno de juventud que fue Diez Años. Joder, yo también escondía la comida en las servilletas para salir a tirar triples al patio. También rapeaba en cachos libres de clásicos que me molaban. Y, aunque no me gustara reconocerlo, también era un pijo de colegio de curas.

Aquel idilio fue de más a menos durante el lustro 2011-2015. Ese año estrenó la mixtape con bases de Drake y la quemé igual que todos sus trabajos previos. Me divertí con el beef con Los Chikos del Maíz, también con los desvaríos trap de su compadre Manto, rebautizado como Sticky M.A. Pero ya no era lo mismo.

Mis peores presagios se confirmaron con sus siguientes discos, Ídolo y Avida Dollars. No entendía de qué iba aquello. La gente estaba flipándolo con “Llorando en la Limo” y a mí me parecía un mojón. Pronto lo entendí: Antón, que es un tío muy inteligente, ya no estaba haciendo música para mí. Supo adaptarse a un mercado que estaba cambiando y a un público más joven.

Por el camino ha seguido dejando perlas de su innegable talento, como su colaboración con el Niño de Elche. También muchos temas que son carne de historias de Instagram de menores de edad que empiezan a sentirse adultos. Les envidio. Todavía puedo cantar las letras, drogarme o follar mientras suena su música. Pero ya no sentiré lo mismo. Ya no me representa. Con los 30 en el horizonte, yo ya soy condenadamente viejo.

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]M[/mkdf_dropcaps]e he quedado atrás con C. Tangana. Pensaba que nunca llegaría este día, pero sus últimas canciones me lo confirman: soy condenadamente viejo. Ya me jode, porque Pucho me ha flipado de siempre. El tío nació en julio del 90, como yo, y he ido viviendo sus diferentes etapas como mías propias.

Yo no estaba cerca de ser el típico chaval rapero de los 2000. Algún porro me fumé a escondidas, también me pillé sprays Montana color naranja butano y dejé un par de firmas lamentables debajo de algún puente, pero se veía a kilómetros que aquello no era lo mío.

Pasé la clásica fase de ver batallas de gallos de Red Bull y ponerme a rapear borracho con colegas, trabándome e insultando a partes iguales. Con algo más de talento lo hacía ya nuestro protagonista (entonces Crema) junto a otro fenómeno, Márkes (ahora Israel B, ex Corredores de Bloque y Takers).

Con buen criterio, Crema migró su rap de parque a sus trabajos en solitario y con Agorazein. Con aquello ya empatizaba más. Los primeros paseos de madrugada de vuelta a casa, borracho cual puma y sin haber follado (anda que no quedaba). Las poses de tipos duros, pero corrientes, de barrio. Las referencias a Notorious Big, Gang Starr o Mobb Deep. 

Luego llegó su debut como C. Tangana y me voló la cabeza. Las letras me llegaban más que nunca, especialmente aquel himno de juventud que fue Diez Años. Joder, yo también escondía la comida en las servilletas para salir a tirar triples al patio. También rapeaba en cachos libres de clásicos que me molaban. Y, aunque no me gustara reconocerlo, también era un pijo de colegio de curas.

Aquel idilio fue de más a menos durante el lustro 2011-2015. Ese año estrenó la mixtape con bases de Drake y la quemé igual que todos sus trabajos previos. Me divertí con el beef con Los Chikos del Maíz, también con los desvaríos trap de su compadre Manto, rebautizado como Sticky M.A. Pero ya no era lo mismo.

Mis peores presagios se confirmaron con sus siguientes discos, Ídolo y Avida Dollars. No entendía de qué iba aquello. La gente estaba flipándolo con “Llorando en la Limo” y a mí me parecía un mojón. Pronto lo entendí: Antón, que es un tío muy inteligente, ya no estaba haciendo música para mí. Supo adaptarse a un mercado que estaba cambiando y a un público más joven.

Por el camino ha seguido dejando perlas de su innegable talento, como su colaboración con el Niño de Elche. También muchos temas que son carne de historias de Instagram de menores de edad que empiezan a sentirse adultos. Les envidio. Todavía puedo cantar las letras, drogarme o follar mientras suena su música. Pero ya no sentiré lo mismo. Ya no me representa. Con los 30 en el horizonte, yo ya soy condenadamente viejo.

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