[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]S[/mkdf_dropcaps]e propuso por redes la iniciativa de escribirnos cartas entre unos cuantos desconocidos para hacer más ameno el confinamiento. Como me suelo apuntar a todo por si acaso tiro algo adelante algún día, me apunté. Me asignaron un chico, creo que mayor que yo, que empezó a escribirme sus rutinas deportivas y de meditación. Parecía simpático, pero también extraído de un catálogo donde la gente sonríe mucho en las fotografías mientras te recomiendan bebidas de color muy verde. No tengo nada en contra de eso, pero en los primeros días de cuarentena yo tenía ganas de un gin-tonic y de quejarme, y él me recordaba que eso no era una buena rutina de cuarentena. Dejé de contestarle, no por él, sino porque siempre lo abandono todo.
Sorprendentemente, al día siguiente, cuando intenté quejarme sin sentirme mal, no tenía nada que decir. De golpe, me gustaba la cuarentena. Todo me parecía fabuloso. Ya no quería beber alcohol, ni estar en la cama tirada, ni comer pipas mientras veía una película que no me aportaba nada, ni llorar mirándome fijamente al espejo para ver lo fea que me ponía y así continuar llorando, ¡Ni siquiera tenía ganas de criticar a la prensa, al Gobierno, o a cualquier ser humano que saliera en televisión! No sé qué pasó ese día, pero de golpe me puse a hacer deporte, me puse a desarrollar un proyecto muy chulo (todavía no tiene nombre, se sigue llamando proyecto), me maquillé y me planché una camisa que me puse para cocinar un plato riquísimo sacado de internet…
No, nada de eso pasó. Solo dejé de quejarme porque me acostumbré. ¿Qué es la cuarentena? Ya no lo sé. Solo me levanto y escucho en bucle las mismas canciones, bebo mucho café, leo, escribo y juego al parchís online. Vamos, hago todo lo que me gusta hacer, pero sin salir a la calle ¿De qué iba a quejarme? ¿De que muere mucha gente? ¿De que no tenemos material sanitario? ¿De que nos van a echar del trabajo? ¿De que ya no me relaciono con nadie? No, la verdad es que estoy estupenda. Me acostumbro a cualquier cosa. Me acostumbro tanto, que ya me veo guapa en chándal.