[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]E[/mkdf_dropcaps]l otro día, cenando con un amigo del máster nos pusimos a hacer algo que Tony Soprano definiría como “la manera más baja de conversar”, pero que a mí me parece uno de los modos más hermosos de interactuar con alguien con el que has compartido sinceras carcajadas: recordar viejos tiempos.
Entre los ponentes de aquel máster había de todo: gente muy buena, gente muy mala y gente muy extravagante. Y aunque por desgracia este último grupo fue el menos numeroso, constituye la parte más memorable de aquel curso 2014/15.
En una de las clases apreció un señor sudando y tapándose la boca intermitentemente con un kleenex: “Disculpadme, anoche me tropecé en el metro y me rompí una pala”. Ok. Se quitó el pañuelo y, efectivamente, todos pensamos que era vagabundo a punto de atracarnos. Pero no, peor todavía: era un profe que se disponía a impartir una ¿charla? de sintaxis en un máster de comunicación política y empresarial.
Obviamente, la clase fue un desastre.
Se le cayó el pañuelo 3 o 4 veces y había un empollón que no paraba de levantar la mano y decir cosas del tipo “¿Está seguro de que el Complemento Directo es “a mi tía”? La frase era: “El gato le robó el bolso a mi tía”. Enternecedora imagen.
En un momento de la explicación, se acercó a una chica de la segunda fila para resolverle una duda y ésta le dijo algo así como que le olía el aliento a sangre; “a sangre seca”, para ser más exactos. El hombre lanzó una pequeña bocanada para sí y se alejó cabizbajo sin decir nada. Y vuelta a la palestra, con los ojos vidriosos y la voz temblorosa. Depresión de caballo.
Pero la guinda del pastel todavía estaba por llegar. Justo al final de la clase, se agachó a recoger por enésima vez el pañuelo que se le había caído y se golpeó en la cabeza con un pupitre. Cayó redondo. En algún momento de su involuntaria performance de inspiración urkeliana también debió perder el cinturón, lo que provocó que se quedará en gayumbos. Se le trasparentaba un poco la polla. Dios bendito… La imagen no podía ser más humillante; y el pavo ya ni se molestó en levantarse. Simplemente, lloró. Lloró como un bebé gigante. Ya daba igual todo: el complemento directo, el Madrid-Barsa que se jugaba esa noche, sus hijos… Todo. Su vida había terminado ahí, sobre un suelo de mármol incapaz de tragarse un cuerpo fofo y desperdigado como un saco de basura abierto.
Alguien avisó a la jefa de estudios y lo sacaron de la universidad a rastras. ¿Sabéis quién era? Os lo voy a decir: El hijoputa de Juan Echanove. Ja. Un saludo crack!