DEADWIN

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]R[/mkdf_dropcaps]oyLab Stats funciona como un streaming permanente en Youtube de la evolución del Coronavirus.

 

El sueño de cualquier adicto, sea del estrato que sea, desde el tiburón de Wall Street hasta el quinqui de las casas de apuestas de los barrios, tiene aquí una macabra puerta abierta a un infierno húmedo de riesgo y posibilidad.

Esa maraña de datos constantemente actualizados, el erotismo salvaje y cruel de previsiones y diagramas, y la corrompida necesidad por anticiparse a la realidad, fomentan un imaginario apocalíptico.

Visualiza a diez sujetos anónimos que apuestan vorazmente al sorpasso de Alemania a España en número de contagiados. O que juegan combinadas entre recuperados y fallecidos en Suiza. O peor: imagina que algunos de ellos tienen influencia en los resultados y amañan el devenir de la pandemia, vete a saber cómo, para asegurarse una cuota más apetecible.

El hilo musical de fondo es siniestramente épico. Quiero creer que aleatorio. Pero imagina que detrás trabaja un productor que conforme a ciertos algoritmos ha programado qué música es más atractiva según la realidad que arroje la estadística.

Algo de esto estará pasando en la clandestinidad. Habrá conexiones frívolas en las que por Skype se jueguen chupitos por pronósticos. Y frikis matemáticos que dediquen su tiempo a proyectar la línea evolutiva del virus en cierta región, sin más ánimo que el de alimentar el ego del acertante. La imprevisibilidad de los acontecimientos y el ansia por manejar marionetas, anticipar el futuro o saber un poco más que el de enfrente no conocen ética.

Habrá resignación silenciosa en algunos cuando las cifran mengüen y este Black Mirror imprevisto nos devuelva a una realidad menos eléctrica.

Y habrá frustración entre quizá demasiados que hoy se sienten protas de una sci-fi en la que siempre echarán de menos una dosis más fuerte de caos.

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El sueño de cualquier adicto, sea del estrato que sea, desde el tiburón de Wall Street hasta el quinqui de las casas de apuestas de los barrios, tiene aquí una macabra puerta abierta a un infierno húmedo de riesgo y posibilidad.

Esa maraña de datos constantemente actualizados, el erotismo salvaje y cruel de previsiones y diagramas, y la corrompida necesidad por anticiparse a la realidad, fomentan un imaginario apocalíptico.

Visualiza a diez sujetos anónimos que apuestan vorazmente al sorpasso de Alemania a España en número de contagiados. O que juegan combinadas entre recuperados y fallecidos en Suiza. O peor: imagina que algunos de ellos tienen influencia en los resultados y amañan el devenir de la pandemia, vete a saber cómo, para asegurarse una cuota más apetecible.

El hilo musical de fondo es siniestramente épico. Quiero creer que aleatorio. Pero imagina que detrás trabaja un productor que conforme a ciertos algoritmos ha programado qué música es más atractiva según la realidad que arroje la estadística.

Algo de esto estará pasando en la clandestinidad. Habrá conexiones frívolas en las que por Skype se jueguen chupitos por pronósticos. Y frikis matemáticos que dediquen su tiempo a proyectar la línea evolutiva del virus en cierta región, sin más ánimo que el de alimentar el ego del acertante. La imprevisibilidad de los acontecimientos y el ansia por manejar marionetas, anticipar el futuro o saber un poco más que el de enfrente no conocen ética.

Habrá resignación silenciosa en algunos cuando las cifran mengüen y este Black Mirror imprevisto nos devuelva a una realidad menos eléctrica.

Y habrá frustración entre quizá demasiados que hoy se sienten protas de una sci-fi en la que siempre echarán de menos una dosis más fuerte de caos.

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