[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]E[/mkdf_dropcaps]go descomunal, neoliberalismo de trinchera o comicidad en la amenaza y el insulto, son algunas de las afiladas armas que Don Federico porta entre sus dientes desde hace ya casi 20 años.
Federico sube todos los días unos 7 vídeos de 45 minutos con una media de 40.000 visualizaciones. No, no es el enunciado de un problema de matemáticas, sino más bien el resultado de lo que “un progre al servicio de la tiranía narco-comunista-separatista” denominaría como problema social, mediático, estructural, lo que sea. Un problema, en todo caso.
Y es que para muchos oyentes millennials y de la generación z, lo que empezó por las jajas terminó en una culpable adicción a un señor de metro cincuenta con vocación kamikaze para enfrentarse a poderosos de toda índole, especialmente si éstos se encuentran en el fragmentado arco de «la izquierda”; esa vetusta religión civil en la que nuestro hombre militaba “cuando era gilipollas” hasta que en un viaje a la China entendió que “aquello era una cárcel”. O eso le dijo a Bertín.
Ego descomunal, neoliberalismo de trinchera y comicidad en la amenaza y el insulto; suena a trap 2016, pero éstas son solo algunas de las más afiladas armas que Don Federico -así le llaman contertulios e invitados- porta entre sus dientes desde hace ya casi 20 años.
Federico es el germen de los resentimientos sociales latentes, la expresión del superego neoliberal, un colérico pinchazo cargado de actualidad en cualquier parte de tu cabeza; es trap antes del trap. Sus lyrics ya funcionan mejor en youtube que las de la mayoría de traperxs españolxs. La semana pasada se volvió a meter en #tendencias con una entrevista a Abascal. Es algo que últimamente le sucede bastante. Además, se trata del único locutor radiofónico con una presencia regular en la memética de la generación z.
Los hay que pensarán que esto es un peligro; pero lo verdaderamente peligroso -o más bien preocupante- es que no exista un Federico de izquierdas en un contexto informativo atravesado por los memes, las exigencias de la viralidad, el auge de los (anti)relatos emocionales, las fake news y el merecido descrédito de la prensa tradicional.
Política entretenimiento
En el capítulo de El Momento Waldo de Black Mirror (esa serie que nos muestra con implacable lucidez el reverso tenebroso en los usos de las nuevas tecnologías) un muñeco azul de naturaleza volcánica conecta con la indignación del personal a través de la ironía y la mala ostia. No tiene apenas discurso, pero Waldo (así se llama) pronto dará el salto de la tele a la política y su fenómeno terminará extendiéndose por todo el globo, como el coronavirus. Una clara alegoría hiperbólica de lo que Ramin Jahanbegloo denominó la trumpización de la política en un artículo de El País.
Es lo que hay: los medios y la industria del entretenimiento han suplantado a la ideología. Ya no hay un gran metarelato capaz de explicarlo todo, sino más bien identidades que se construyen en torno a micromitos (como el de Federico) que nos remiten apasionadas certezas sobre cuestiones como el independentismo o la condicción sexual de Espinosa de Los Monteros.
Asimismo, en el libro La era del enfrentamiento (2019), Christian Salmon afirma que la época del storytelling en la política (Obama) ha dado paso a una nueva forma más eficaz de llegar a los votantes (y oyentes): el enfrentamiento. A la gente ya no le basta con informarse, también necesita cabrearse; cabrearse y reírse. Por eso estás leyendo Mundo Gris y no, qué sé yo, El País.