[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]R[/mkdf_dropcaps]unners, cuñaos, emos, Pedro Aguado, perroflautas, dueños de kebabs, adictos al Codere, pedófilos, otakus, empresarios en segways, compis del trabajo, cocainómanos, yonkis del Tdelfines inder, ingleses borrachos, Javier Cárdenas, abuelitas, neonazis, turistas japoneses, fans de Kid Keo… TODOS. Todos han desaparecido de nuestras calles, pero, en su lugar, ha aparecido alguien muy especial: la Madre Tierra, bro. Y lo ha hecho con todos sus animalitos y sus cosas.
Por eso, hemos visto imágenes tan entrañables como una familia de patos surcando la M30, un jabalí cagando en la Diagonal o un delfín chapoteando en Calgary. Pero yo qué sé, si el precio a pagar es una pandemia global, por mí que les follen a los delfines. Necesito salir y esnifarme todo el dióxido de azufre de la Barceloneta, echar un japo al asfalto y agarrarme a una barra del metro calentita. Necesito gente, contaminación, violencia. Necesito mi vida antes del virus.
Lo siento. Estoy cabreado conmigo mismo, pero cuando todo esto pase, voy a reciclar mucho, a mear en la ducha y a seguir a Greta en Instagram, lo prometo. Quiero no echar de menos una vida rodeada de contaminación. No quiero vivir en mi mundo, quiero vivir en el mundo. Y es que la naturaleza nos estaba queriendo decir algo, pero a mí me pilló escuchando Avril Lavigne a todo volumen.