El mecanismo de Anticitera

Comparte este post

[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]C[/mkdf_dropcaps]uando estoy nerviosa pienso en mi propia muerte, en toda esa gente que (creo) me ha guardado cierto aprecio desfilando en procesión hacia mi tumba. La muerte se parece al silencio y ambos me apaciguan.

Supongo que, en esos corrillos incómodos de tanatorio, me gustaría que me recordasen como una apátrida de mi tiempo, que alguien me conociese lo suficiente como para alzar la voz y decir “fue una idiota engreída e inadaptada”. Eso estaría bien. Salvarme fuera de tiempo, cuando ya no puedes ganar el partido, como Bukowski.

La falta de representación social es asfixiante. No se si es la edad, la pandemia o la condescendencia… pero las cosas desprovistas de su barniz habitual lucen oxidadas: la política, la economía, lo noticioso, la cultura mainstream o las costumbres recalcitrantes. Podría cantar bingo con todas las gilipolleces que escucho en bucle cada día. Detesto hablar de cualquier tema que haya sido consumido en masa. Detesto hablarte de esto. Detesto el odio que se condensa en mi en cantidades industriales.

Me encantaría ser como Walter Whitman en ‘Hojas de Hierba’ y abrazar toda esa humanidad que aborrezco. A todos esos seres humanos a los que realmente no entiendo y por los que no siento una mínima similitud. Me parece el ejercicio más difícil de todos, ser consciente del tiempo que vives y ser capaz de quererlo de forma sincera.

La consciencia de no sentirte identificado con tu tiempo es jodida. El ser humano, bajo el sello Aristóteles, es un Zoon Politikón (zoion «animal» y politikón «cívico»). Nuestro CPU está programado para vivir en sociedad y sentirnos parte de todo esto. Esa carencia de apegos genera extrañeza, como si uno estuviera transitando por una época o una sociedad que no le pertenece, como una de esas series de Netflix que consumes con desidia.

Cuando estoy nerviosa pienso en mi propia muerte, ya te lo he dicho. Imagino nuestros huesos adornando la sala de algún museo. Y eso me tranquiliza un poco. Quizás en otro momento la gente como yo tenga más sentido o siga siendo un puto misterio. Como un mecanismo de Anticitera.

Comparte este post

[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]C[/mkdf_dropcaps]uando estoy nerviosa pienso en mi propia muerte, en toda esa gente que (creo) me ha guardado cierto aprecio desfilando en procesión hacia mi tumba. La muerte se parece al silencio y ambos me apaciguan.

Supongo que, en esos corrillos incómodos de tanatorio, me gustaría que me recordasen como una apátrida de mi tiempo, que alguien me conociese lo suficiente como para alzar la voz y decir “fue una idiota engreída e inadaptada”. Eso estaría bien. Salvarme fuera de tiempo, cuando ya no puedes ganar el partido, como Bukowski.

La falta de representación social es asfixiante. No se si es la edad, la pandemia o la condescendencia… pero las cosas desprovistas de su barniz habitual lucen oxidadas: la política, la economía, lo noticioso, la cultura mainstream o las costumbres recalcitrantes. Podría cantar bingo con todas las gilipolleces que escucho en bucle cada día. Detesto hablar de cualquier tema que haya sido consumido en masa. Detesto hablarte de esto. Detesto el odio que se condensa en mi en cantidades industriales.

Me encantaría ser como Walter Whitman en ‘Hojas de Hierba’ y abrazar toda esa humanidad que aborrezco. A todos esos seres humanos a los que realmente no entiendo y por los que no siento una mínima similitud. Me parece el ejercicio más difícil de todos, ser consciente del tiempo que vives y ser capaz de quererlo de forma sincera.

La consciencia de no sentirte identificado con tu tiempo es jodida. El ser humano, bajo el sello Aristóteles, es un Zoon Politikón (zoion «animal» y politikón «cívico»). Nuestro CPU está programado para vivir en sociedad y sentirnos parte de todo esto. Esa carencia de apegos genera extrañeza, como si uno estuviera transitando por una época o una sociedad que no le pertenece, como una de esas series de Netflix que consumes con desidia.

Cuando estoy nerviosa pienso en mi propia muerte, ya te lo he dicho. Imagino nuestros huesos adornando la sala de algún museo. Y eso me tranquiliza un poco. Quizás en otro momento la gente como yo tenga más sentido o siga siendo un puto misterio. Como un mecanismo de Anticitera.

Post relacionados

El FBI ayudó a un adolescente con autismo a unirse al Estado Islámico

El FBI ayudó a un adolescente con autismo a...

Arévalo: Volumen 4

Nadie puede dudar de que esta portada merece una...

Spiz rejuvenecedor: el caso Manolo Kabezabolo

En una época todavía ajena a la viralidad y...

Fumio Kishida: encendida a los 80

El aumento de la esperanza de vida se cierne...

De la oscuridad a 9M$: el ascenso de Bella Poarch

En el mundo efímero de las redes sociales, pocos...

Grimes, la ex de Musk obsesionada con el transhumanismo para bebés

Grimes, cuyo nombre real es Claire Boucher, es un...