El peor restaurante del mundo está en Usera

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Ayer, el diario El Mundo nos despertaba con el siguiente titular: “Cerrado el chino de Usera: plagas de insectos, diarreas y mucha suciedad”. Toda la inventiva a la que nos pueda elevar el binomio “drogas + IA” será siempre insuficiente si la comparamos con la aleatoriedad del costumbrismo multicultural.

Usera (un barrio dejado de la mano del siglo XXI) y el fenómeno de la expansión China, forman un paradigma que Dios no predijo; y por eso da lugar a un crossover de manual. El palillo entre los dientes, el rollito de primavera, la sombrilla de Pepsi, el jarrón de mil dragones, la tortilla recalentada, el licor con lagarto. Piezas que no encajan o que encajan de una forma muy rara, proliferan como el experimento de un hacedor impertinente que busca el más difícil todavía.

En el epicentro de esta alegoría dantesca, se cierra un restaurante en el que los camareros sufren constantemente diarreas y vómitos; los productos no se etiquetan, la refrigeración no existe, las cucarachas administran, el arroz tres delicias reverdece. Pero todo esto es lo de menos. Es la materialización grosera del fallo general.

Es una nueva naturaleza intrínsecamente unida a la evolución. Es la belleza en la indigestión. La ciencia sociológica que hay detrás de un bote de salsa agridulce de Mercadona. Quizá esta naturaleza revele imágenes menos estéticas que un tsunami o que una tormenta de estrellas fugaces, posiblemente estén conformadas con varios kilos más de mierda; pero, en cualquier caso, es un arte espontáneo, descriptivo de una deriva hipnótica con muchos responsables, con ningún culpable claro y con un futuro siniestro.

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