El policía está en nuestras cabezas

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]I[/mkdf_dropcaps]Instagram es insoportable. Acabo de subir una publicación en negro y ni siquiera sé muy bien por qué. Estoy en contra del racismo, obviamente. Y de los abusos policiales. Todos lo estamos. Pero no he subido la imagen por eso, ha sido por postureo, creo; o sea, para que nadie piense que me la suda que un desalmado haya ahogado hasta la muerte a un negro por usar un billete falso en un supermercado. Para prevenir mi ansiedad, vaya.

Y ese es el problema. Cuando el activismo social se convierte en un challenge de instagram, la significación que se desencadena de la asimilación de ese nuevo formato, genera una semiosis cuya producción simbólica tiene más que ver con la lógica de la moda y de lo cool, que de la protesta y el compromiso político.

Por eso, tenemos la sensación de que cuanto antes nos sumemos al carro de la publicación en negro, menos racistas seremos. Del mismo modo que cuanto antes compartimos, no sé, el último tema de Cupido, más fans del grupo (y más auténticos) somos. No posicionarse en Instagram es lo mismo que no estar a la última. ¿Acaso tiene algún sentido compartir ahora el tema de Mala Mujer de C Tangana? ¿Tiene algún sentido publicar una story con el hastag #aplausosanitario hoy, ahora? Tampoco. Son modas. Y las modas se devoran unas a otras a toda hostia.

No pongo en duda el más que comprensible clima de indignación social (especialmente en los states), pero deberíamos preguntarnos por qué sentimos la obligación, no sólo de posicionarnos públicamente sobre un determinado tema (que parece estar pautado por una suerte de agenda), sino de hacerlo de una determinada forma.

El grado de implicación política de nuestra identidad virtual ya no depende exclusivamente de nosotros. Es obsceno, como si alguien se metiera en tu casa, te desnudara y te cacheara para asegurarse de que eres un buen ciudadano. No es instragam. Ni el gobierno. Ni el FMI. Somos nosotros. El policía que debe ser destruido está en nuestras cabezas. ACAB.

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]I[/mkdf_dropcaps]Instagram es insoportable. Acabo de subir una publicación en negro y ni siquiera sé muy bien por qué. Estoy en contra del racismo, obviamente. Y de los abusos policiales. Todos lo estamos. Pero no he subido la imagen por eso, ha sido por postureo, creo; o sea, para que nadie piense que me la suda que un desalmado haya ahogado hasta la muerte a un negro por usar un billete falso en un supermercado. Para prevenir mi ansiedad, vaya.

Y ese es el problema. Cuando el activismo social se convierte en un challenge de instagram, la significación que se desencadena de la asimilación de ese nuevo formato, genera una semiosis cuya producción simbólica tiene más que ver con la lógica de la moda y de lo cool, que de la protesta y el compromiso político.

Por eso, tenemos la sensación de que cuanto antes nos sumemos al carro de la publicación en negro, menos racistas seremos. Del mismo modo que cuanto antes compartimos, no sé, el último tema de Cupido, más fans del grupo (y más auténticos) somos. No posicionarse en Instagram es lo mismo que no estar a la última. ¿Acaso tiene algún sentido compartir ahora el tema de Mala Mujer de C Tangana? ¿Tiene algún sentido publicar una story con el hastag #aplausosanitario hoy, ahora? Tampoco. Son modas. Y las modas se devoran unas a otras a toda hostia.

No pongo en duda el más que comprensible clima de indignación social (especialmente en los states), pero deberíamos preguntarnos por qué sentimos la obligación, no sólo de posicionarnos públicamente sobre un determinado tema (que parece estar pautado por una suerte de agenda), sino de hacerlo de una determinada forma.

El grado de implicación política de nuestra identidad virtual ya no depende exclusivamente de nosotros. Es obsceno, como si alguien se metiera en tu casa, te desnudara y te cacheara para asegurarse de que eres un buen ciudadano. No es instragam. Ni el gobierno. Ni el FMI. Somos nosotros. El policía que debe ser destruido está en nuestras cabezas. ACAB.

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