[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]R[/mkdf_dropcaps]ecuerdo con ¿añoranza? aquella lejana y remota época cuando no me importaba pagar cinco putos eurazos por un café con cosas. En estos atípicos días donde el miedo, la ansiedad y la apatía se Coronan, no echas de menos el cuándo, el dónde ni el por qué sino el con quién de esos empalagosos tragos, ahora un pelín más amargos.
Pasas de vivir deprisa y automatizado (somos la generación kamikaze de su propio tiempo, ese que no vuelve) a que todas tus acciones se ralenticen adquiriendo otros matices, incluso con la forma ceremonial de un lavado de manos, aunque no sé si es del todo efectivo para la desinfección del alma.
Ahora, en el preciso momento en que todo se desmorona a nuestro alrededor, esos pequeños momentos y detalles son certeras e incisivas puñaladas con nombre propio “quizás si…”, “ojalá yo…”, “si yo hubiera…”.
Lo cotidiano y lo monótono sigue siéndolo, pero de forma cruel. Tú eres el que te gestionas y sugestionas sin contacto y con tacto de no joderte aún más la estadía. ¿Vaqueros? ¿Maquillaje? ¿Gurús de la vida sana en cuarentena y telepredicadores de confinamiento? ¿Vecinas cotillas e indignados en redes sociales? Seguir teniendo el placebo de la normalidad, aunque estemos en medio de una ficción de terror donde el protagonista se ve envuelto en trágicas circunstancias o finalmente se le va la olla haciéndose amigo de un puerro destinado a una quiche Lorraine que nunca se hizo por pereza y que yace pocho en la nevera.
Observas como mero espectador las películas de serie b que te montas en tu cabeza, que nada tienen que envidiar a las que devoras de forma descontrolada con los dedos llenos de Doritos o vitamina D, según en qué fase de adaptación al medio te encuentres, muchas veces sin poder cambiar del propio canal de tu mente.
Quiero más de esas cosas, emociones y sensaciones solas o con café, me da igual mientras sean a tu lado. Y con esto me voy. A las rubias, pensar y ese desgaste de energía nos da mucha hambre.