LA MAFIA ME SALVÓ LA VIDA

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]D[/mkdf_dropcaps]ebo de tener algo jodido en la cabeza cuando la única paz que permea mi monástica rutina surge de la contemplación de las accidentadas existencias que componen la fauna camorrista napolitana. Hablo de Gomorra, una serie inmensa.

Me encantaría poder decir -o peor, twittear- que Elite es la hostia y que me parto la polla con Paquita Salas, pero me aburren muchísimo. Me hago viejo, supongo. Como diría mi (anti) referente Antoñito Maraña: “cada uno es como es”. Y yo cada día soy más intransigente con los fenómenos de masas que nos sirve una industria audiovisual acostumbrada a plantear la producción y el consumo de sus contenidos como si fuera un puto restaurante de comida rápida. Video Bajo Demanda, lo llaman; basura, lo llamo yo. Una copia de una copia de otra copia.

Y en medio de esta mcdonalización de las narrativas cinematográficas, a veces uno tiene la suerte de toparse con alguna que otra serie que bien merecería una estrella michelín.

La condición humana tratada con crudeza, el subtexto que brota en los pequeños detalles en forma de alegoría, el arco de transformación de personajes construidos desde la ambigüedad moral… Esos son algunos de los elementos de un guión que me interesan, que conectan con mi sensibilidad y que ni de coña encuentro en la mayoría de esos subproductos Netflix que tanta pasta recaudan y que a tantos feligreses de lo cool satisfacen.

Así que todos los días, a la misma hora, me sirvo un vaso de whisky -ahora soy alcohólico- estiro bien las piernas y espero plácidamente a que un salvoconducto firmado por Roberto Saviano me saque del presidio en el que nos ha instalado este fucking virus. Y otra noche más al infierno de asfalto. Bendito infierno.

No es la primera vez que un grupo de autodenominados uomini d’onore (hombres de honor) me sacan de una cárcel, ahora en clave más o menos figurativa, antes hecha de aburrimiento, de bajona o de ansiedad. Hace años me pegó una etapa hikikomori fuerte: me aburría la vida y me aburría la gente. No salía. No bebía. No follaba. Me pasaba las tardes sumergido en microcosmos gansteriles de todo tipo: Los Soprano, Boardwalk Empire, The Wire, Scorsesse, pelis de cine negro de Billy Wilder, Humphry Bogard, neorrealismo italiano… Lo vi todo. Y varias veces. Los documentales, igual, me los jalaba uno detrás de otro. Y los libros: Dashiel Hammet, Raymond Chadler, James Ellroy, Gay Talese… Tutti. Y, a pesar de todo, a pesar del vacío, de la soledad, de la desgana, fui feliz. Profundamente feliz.

La soledad no amarga a los que venimos al mundo con apetito y paladar para saborearla. Tenemos suerte de encontrar refugio en las ficciones. No lo olvides, y nunca más estarás triste <3

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]D[/mkdf_dropcaps]ebo de tener algo jodido en la cabeza cuando la única paz que permea mi monástica rutina surge de la contemplación de las accidentadas existencias que componen la fauna camorrista napolitana. Hablo de Gomorra, una serie inmensa.

Me encantaría poder decir -o peor, twittear- que Elite es la hostia y que me parto la polla con Paquita Salas, pero me aburren muchísimo. Me hago viejo, supongo. Como diría mi (anti) referente Antoñito Maraña: “cada uno es como es”. Y yo cada día soy más intransigente con los fenómenos de masas que nos sirve una industria audiovisual acostumbrada a plantear la producción y el consumo de sus contenidos como si fuera un puto restaurante de comida rápida. Video Bajo Demanda, lo llaman; basura, lo llamo yo. Una copia de una copia de otra copia.

Y en medio de esta mcdonalización de las narrativas cinematográficas, a veces uno tiene la suerte de toparse con alguna que otra serie que bien merecería una estrella michelín.

La condición humana tratada con crudeza, el subtexto que brota en los pequeños detalles en forma de alegoría, el arco de transformación de personajes construidos desde la ambigüedad moral… Esos son algunos de los elementos de un guión que me interesan, que conectan con mi sensibilidad y que ni de coña encuentro en la mayoría de esos subproductos Netflix que tanta pasta recaudan y que a tantos feligreses de lo cool satisfacen.

Así que todos los días, a la misma hora, me sirvo un vaso de whisky -ahora soy alcohólico- estiro bien las piernas y espero plácidamente a que un salvoconducto firmado por Roberto Saviano me saque del presidio en el que nos ha instalado este fucking virus. Y otra noche más al infierno de asfalto. Bendito infierno.

No es la primera vez que un grupo de autodenominados uomini d’onore (hombres de honor) me sacan de una cárcel, ahora en clave más o menos figurativa, antes hecha de aburrimiento, de bajona o de ansiedad. Hace años me pegó una etapa hikikomori fuerte: me aburría la vida y me aburría la gente. No salía. No bebía. No follaba. Me pasaba las tardes sumergido en microcosmos gansteriles de todo tipo: Los Soprano, Boardwalk Empire, The Wire, Scorsesse, pelis de cine negro de Billy Wilder, Humphry Bogard, neorrealismo italiano… Lo vi todo. Y varias veces. Los documentales, igual, me los jalaba uno detrás de otro. Y los libros: Dashiel Hammet, Raymond Chadler, James Ellroy, Gay Talese… Tutti. Y, a pesar de todo, a pesar del vacío, de la soledad, de la desgana, fui feliz. Profundamente feliz.

La soledad no amarga a los que venimos al mundo con apetito y paladar para saborearla. Tenemos suerte de encontrar refugio en las ficciones. No lo olvides, y nunca más estarás triste <3

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