NO ME OBLIGUES A SER TÚ

Comparte este post

[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]E[/mkdf_dropcaps]l corporativismo, en cualquier sector, siempre ha sido vomitivo. Ocurre en los más esenciales, como el sector médico (y que se manifiesta groseramente cada vez que se tapan y se silencian cobardemente las negligencias más catastróficas) hasta los más accesorios, como vemos ahora más que nunca en ese heterogéneo y difícilmente delimitable gremio de la cultura.

Con motivo de la ocurrencia del “apagón cultural”, cuyas motivaciones y repercusiones ya han sido atinadamente expuestas por @Grey_Trash, se ha despertado ese enorme monstruo del artisteo militante.

Es probable que haya más artistas que ciudadanos en España

 Si sumamos a músicos, escritores, técnicos de sonido, pintores, escultores, payasos, monologuistas, bailarines, poetas de Instagram, iluminadores, tramoyistas, vendedores de entradas, empresas publicitarias, patrocinadores, cámaras, guionistas y los 749 oficios relacionados y sus expresiones amateur, creo sinceramente que hay más de los que somos. Principalmente porque, como digo, para llegar a la consideración de artista hace falta poco más que colgar tu manifestación chorra en una app con el pretexto de calidad de la libre expresión y la subjetividad, y el fin loable del esparcimiento propio y ajeno.

Y en este punto, cabe preguntarse: ¿es necesaria una piña grupal que aglutine a todos los artistas (los que lo son, los que lo creen y los que trabajan con ellos)? ¿Es posible, en su caso?

En mi caso particular, pese a haber publicado por escrito no me considero un escritor, aunque cabría polemizar al respecto -quizá profesionalizar el oficio sea la línea roja de la que debiéramos partir-. Tampoco me considero músico pese a haber estado toda la vida aprendiendo a tocar instrumentos, ensayando, grabando, componiendo e interpretando. Pero lo que desde luego no me considero, aun en el supuesto de que fuera un escritor o un músico, es del mismo gremio que Marwan, como paradigma repelente de ambas disciplinas. Si él es escritor y músico, yo no lo soy. Y si lo soy yo, no creo que lo sea él. No es nada personal. Pero no quiero que me obliguen a pertenecer al mismo sector que quienes, bajo mi punto de vista -acertado o no- lo que hacen -hagan lo que hagan- es precisamente bombardear mi concepto sobre el arte en cuanto manifestación escrita o sónica, en este caso.

El puto meme de los negros bailando con el ataúd sí que me parece, por ejemplo, lo más parecido a un nuevo género literario/musical que ha habido en los últimos cien años. Eso sí que es una maravilla. Es la evolución de la literatura y de la música. Es un poema danzante. Es el puto réquiem del siglo XXI.

No llego a entender dónde descansa la pretensión de que haya una voz única y de que todos rememos en el mismo barco. Creo que bajo esa consigna únicamente se esconde la misma máscara que cuando todo el mundo iba a la plaza del pueblo a ver las ejecuciones. Es decir, que cuando somos masa, da todo un poco igual y es más fácil conseguir un fin, sea lícito o no.

Yo no tengo las mismas pretensiones, las mismas motivaciones, los mismos recursos, la misma forma de entender el arte y las mismas perspectivas que una bailarina de la compañía del Teatro Nacional. Ni ella las mismas que yo. Ni de lejos. Estoy, por ejemplo, mucho más cerca, artísticamente hablando, de un jabalí rebozándose en barro que de la práctica totalidad de prosistas de Instagram.

El comunismo, en el terreno social, ha sido siempre una mierda, excepto para el grupúsculo más indocumentado de la generación que nos ha caído encima; pero es que el comunismo cultural, la medianía absoluta, el acallamiento de la voz discrepante, es mucho más ponzoñoso. Al fin y al cabo, con el primero, posiblemente mueras pobre como una rata. Pero con el segundo, tendrás que jugar en la misma rueda que todos los demás, con sus reglas y con sus directrices. Así, la misma cárcel que para Platón representa el cuerpo respecto al alma, la representará un sindicato de artistas respecto de tu imaginación y tu circunstancia creadora.

Así que, de verdad: déjame hacer mi puta música, mis putos artículos o mis putos poemas; y deja que tengan su propio recorrido al margen de autopistas ficticias, de subvenciones o de hermanamientos con gente que no representa lo que yo quiero representar. No me hagas colectivizar mi obra y meterla en el mismo saco donde caiga todo lo que haga cualquiera. No me obligues a ser tú, sólo porque pienses que hacemos algo parecido.

Comparte este post

[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]E[/mkdf_dropcaps]l corporativismo, en cualquier sector, siempre ha sido vomitivo. Ocurre en los más esenciales, como el sector médico (y que se manifiesta groseramente cada vez que se tapan y se silencian cobardemente las negligencias más catastróficas) hasta los más accesorios, como vemos ahora más que nunca en ese heterogéneo y difícilmente delimitable gremio de la cultura.

Con motivo de la ocurrencia del “apagón cultural”, cuyas motivaciones y repercusiones ya han sido atinadamente expuestas por @Grey_Trash, se ha despertado ese enorme monstruo del artisteo militante.

Es probable que haya más artistas que ciudadanos en España

 Si sumamos a músicos, escritores, técnicos de sonido, pintores, escultores, payasos, monologuistas, bailarines, poetas de Instagram, iluminadores, tramoyistas, vendedores de entradas, empresas publicitarias, patrocinadores, cámaras, guionistas y los 749 oficios relacionados y sus expresiones amateur, creo sinceramente que hay más de los que somos. Principalmente porque, como digo, para llegar a la consideración de artista hace falta poco más que colgar tu manifestación chorra en una app con el pretexto de calidad de la libre expresión y la subjetividad, y el fin loable del esparcimiento propio y ajeno.

Y en este punto, cabe preguntarse: ¿es necesaria una piña grupal que aglutine a todos los artistas (los que lo son, los que lo creen y los que trabajan con ellos)? ¿Es posible, en su caso?

En mi caso particular, pese a haber publicado por escrito no me considero un escritor, aunque cabría polemizar al respecto -quizá profesionalizar el oficio sea la línea roja de la que debiéramos partir-. Tampoco me considero músico pese a haber estado toda la vida aprendiendo a tocar instrumentos, ensayando, grabando, componiendo e interpretando. Pero lo que desde luego no me considero, aun en el supuesto de que fuera un escritor o un músico, es del mismo gremio que Marwan, como paradigma repelente de ambas disciplinas. Si él es escritor y músico, yo no lo soy. Y si lo soy yo, no creo que lo sea él. No es nada personal. Pero no quiero que me obliguen a pertenecer al mismo sector que quienes, bajo mi punto de vista -acertado o no- lo que hacen -hagan lo que hagan- es precisamente bombardear mi concepto sobre el arte en cuanto manifestación escrita o sónica, en este caso.

El puto meme de los negros bailando con el ataúd sí que me parece, por ejemplo, lo más parecido a un nuevo género literario/musical que ha habido en los últimos cien años. Eso sí que es una maravilla. Es la evolución de la literatura y de la música. Es un poema danzante. Es el puto réquiem del siglo XXI.

No llego a entender dónde descansa la pretensión de que haya una voz única y de que todos rememos en el mismo barco. Creo que bajo esa consigna únicamente se esconde la misma máscara que cuando todo el mundo iba a la plaza del pueblo a ver las ejecuciones. Es decir, que cuando somos masa, da todo un poco igual y es más fácil conseguir un fin, sea lícito o no.

Yo no tengo las mismas pretensiones, las mismas motivaciones, los mismos recursos, la misma forma de entender el arte y las mismas perspectivas que una bailarina de la compañía del Teatro Nacional. Ni ella las mismas que yo. Ni de lejos. Estoy, por ejemplo, mucho más cerca, artísticamente hablando, de un jabalí rebozándose en barro que de la práctica totalidad de prosistas de Instagram.

El comunismo, en el terreno social, ha sido siempre una mierda, excepto para el grupúsculo más indocumentado de la generación que nos ha caído encima; pero es que el comunismo cultural, la medianía absoluta, el acallamiento de la voz discrepante, es mucho más ponzoñoso. Al fin y al cabo, con el primero, posiblemente mueras pobre como una rata. Pero con el segundo, tendrás que jugar en la misma rueda que todos los demás, con sus reglas y con sus directrices. Así, la misma cárcel que para Platón representa el cuerpo respecto al alma, la representará un sindicato de artistas respecto de tu imaginación y tu circunstancia creadora.

Así que, de verdad: déjame hacer mi puta música, mis putos artículos o mis putos poemas; y deja que tengan su propio recorrido al margen de autopistas ficticias, de subvenciones o de hermanamientos con gente que no representa lo que yo quiero representar. No me hagas colectivizar mi obra y meterla en el mismo saco donde caiga todo lo que haga cualquiera. No me obligues a ser tú, sólo porque pienses que hacemos algo parecido.

Post relacionados

El FBI ayudó a un adolescente con autismo a unirse al Estado Islámico

El FBI ayudó a un adolescente con autismo a...

Arévalo: Volumen 4

Nadie puede dudar de que esta portada merece una...

Spiz rejuvenecedor: el caso Manolo Kabezabolo

En una época todavía ajena a la viralidad y...

Fumio Kishida: encendida a los 80

El aumento de la esperanza de vida se cierne...

De la oscuridad a 9M$: el ascenso de Bella Poarch

En el mundo efímero de las redes sociales, pocos...

Grimes, la ex de Musk obsesionada con el transhumanismo para bebés

Grimes, cuyo nombre real es Claire Boucher, es un...