Policías con caretas

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]Q[/mkdf_dropcaps]ue la violencia estatal adquiera identidades y formas de violencias civiles no tiene guasa

La cadena de inferencias:

  1. Guy Fawkes, conspirador que intentó dinamitar el parlamento inglés en 1605
  2. Alan Moore, anarquista que rescató el personaje para su novela gráfica, V de Vendetta, en 1982
  3. V de Vendetta, también película distópica y con tono de blockbuster que al menos agitó conciencias en 2006
  4. Anonymous, comunidad de hackers y unas cuantas cosillas más que por la película adopta la máscara de Guy Fawkes como símbolo en 2008

Bien… en el 2020 se rompe cualquier coherencia del caos; Jusapol, sindicato policial con elementos neofascistas se manifiesta delante del parlamento español con esas mismas máscaras, que nos devuelven al origen de todo en la conspiración de la pólvora. Epítome del apropiacionismo, burricie colectiva o ignorancia ontológica de la policía. No he encontrado un solo indicio para decantarme por una de esas tesis, así que ustedes pueden asumir las tres si muestran benevolencia con que las imágenes de anteayer sean una expresión apropiacionista dolosa. Y no es precisamente poca benevolencia.

Las cámaras nos situaron frente al Congreso con unos policías vestidos a lo black blockjunto a la citada mascarada, que siempre viene bien para lo de «no face no name», eterno aforismo del mundo ultra. Cantaban consignas, petaban bengalas y rompían el cordón de seguridad en una pantomima con sus «compañeros» jamás vista. Pero es que la convocatoria no era menor. Lean las instrucciones y arenga: «Ropa negra, logos Jusapol, capucha, pasamontañas o bragas negras u oscuras, máscaras de Anonymous, chaleco identificativo policía o guardia civil, grilletes (al ser posible particulares), bengalas o cohetes, silbatos, tambores, bocatas y bebida (no sabemos qué va durar). Se pide contundencia, tanto como respeto a los compañeros que están trabajando, sobra decirlo. LA HISTORIA SE ESCRIBE MAÑANA, NO ES TIEMPO DE COBARDES». La negrita es del que escribe, las mayúsculas y los paréntesis afortunadamente no.

DRAMA

El primer acto del teatro se representó en una masa becerril empujándose, siempre en ensayada coreografía, con sus compañeros uniformados, porque recuerden que se pedía contundencia a la vez que respeto. En el segundo acto los enmascarados simulan romper el cordón de simulada seguridad, tiran vallas, toman posiciones delante de la escalinata mientras a una reportera le da un cómico ataque de ansiedad y se quedan allí, ociosos, extrañados, descubriendo que solo en esa ocasión no hay enemigo en las calles. En el tercero se echa el telón cuando unos cuantos se desperdigan  y, pueden ver el increíble vídeo de la Cadena Ser, otros tantos comienzan a bailar al ritmo de Bella Ciao que enchufan en un amplificador. En sus gestos hay algo de que la música sobre partisanos no les convence, un mecanismo freudiano que les dice que quizá aquello es una broma pesada, pero mueven las caderas. Si es de interés a estas alturas, se supone que pedían equiparación salarial entre los cuerpos policiales del estado.

La performance se quedaría en la carcajada, de no ser porque revela una verdad templaria: las unidades de intervención policial siempre han sido el grupo ultra más peligroso de la Primera División. Y ahora es la época del «¡a por ellos!» y «¡que nos dejen actuar!». Pero que la violencia estatal adquiera identidades y formas de violencias civiles, siempre en frustrada legitimidad para el gran público desde más allá de 1605, tampoco tiene guasa. Porque hasta en su propio sistema juegan con cartas marcadas. No sabemos si la próxima vez aparecerán con las hoy codiciadas mascarillas —icono en los desplazamientos de los tifosi ochenteros— y camisetas del 1312, pero sí que se repetirá el mismo balance: 0 detenidos, 0 golpeados, 0 multas por infracción de la Ley de Seguridad Ciudadana; en definitiva 0 vidas arruinadas. Ahí, en el Congreso, donde hace un año esos mismos policías uniformados de la coreografía sí reprimieron la protesta de los pensionistas.

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La cadena de inferencias:

  1. Guy Fawkes, conspirador que intentó dinamitar el parlamento inglés en 1605
  2. Alan Moore, anarquista que rescató el personaje para su novela gráfica, V de Vendetta, en 1982
  3. V de Vendetta, también película distópica y con tono de blockbuster que al menos agitó conciencias en 2006
  4. Anonymous, comunidad de hackers y unas cuantas cosillas más que por la película adopta la máscara de Guy Fawkes como símbolo en 2008

Bien… en el 2020 se rompe cualquier coherencia del caos; Jusapol, sindicato policial con elementos neofascistas se manifiesta delante del parlamento español con esas mismas máscaras, que nos devuelven al origen de todo en la conspiración de la pólvora. Epítome del apropiacionismo, burricie colectiva o ignorancia ontológica de la policía. No he encontrado un solo indicio para decantarme por una de esas tesis, así que ustedes pueden asumir las tres si muestran benevolencia con que las imágenes de anteayer sean una expresión apropiacionista dolosa. Y no es precisamente poca benevolencia.

Las cámaras nos situaron frente al Congreso con unos policías vestidos a lo black blockjunto a la citada mascarada, que siempre viene bien para lo de «no face no name», eterno aforismo del mundo ultra. Cantaban consignas, petaban bengalas y rompían el cordón de seguridad en una pantomima con sus «compañeros» jamás vista. Pero es que la convocatoria no era menor. Lean las instrucciones y arenga: «Ropa negra, logos Jusapol, capucha, pasamontañas o bragas negras u oscuras, máscaras de Anonymous, chaleco identificativo policía o guardia civil, grilletes (al ser posible particulares), bengalas o cohetes, silbatos, tambores, bocatas y bebida (no sabemos qué va durar). Se pide contundencia, tanto como respeto a los compañeros que están trabajando, sobra decirlo. LA HISTORIA SE ESCRIBE MAÑANA, NO ES TIEMPO DE COBARDES». La negrita es del que escribe, las mayúsculas y los paréntesis afortunadamente no.

DRAMA

El primer acto del teatro se representó en una masa becerril empujándose, siempre en ensayada coreografía, con sus compañeros uniformados, porque recuerden que se pedía contundencia a la vez que respeto. En el segundo acto los enmascarados simulan romper el cordón de simulada seguridad, tiran vallas, toman posiciones delante de la escalinata mientras a una reportera le da un cómico ataque de ansiedad y se quedan allí, ociosos, extrañados, descubriendo que solo en esa ocasión no hay enemigo en las calles. En el tercero se echa el telón cuando unos cuantos se desperdigan  y, pueden ver el increíble vídeo de la Cadena Ser, otros tantos comienzan a bailar al ritmo de Bella Ciao que enchufan en un amplificador. En sus gestos hay algo de que la música sobre partisanos no les convence, un mecanismo freudiano que les dice que quizá aquello es una broma pesada, pero mueven las caderas. Si es de interés a estas alturas, se supone que pedían equiparación salarial entre los cuerpos policiales del estado.

La performance se quedaría en la carcajada, de no ser porque revela una verdad templaria: las unidades de intervención policial siempre han sido el grupo ultra más peligroso de la Primera División. Y ahora es la época del «¡a por ellos!» y «¡que nos dejen actuar!». Pero que la violencia estatal adquiera identidades y formas de violencias civiles, siempre en frustrada legitimidad para el gran público desde más allá de 1605, tampoco tiene guasa. Porque hasta en su propio sistema juegan con cartas marcadas. No sabemos si la próxima vez aparecerán con las hoy codiciadas mascarillas —icono en los desplazamientos de los tifosi ochenteros— y camisetas del 1312, pero sí que se repetirá el mismo balance: 0 detenidos, 0 golpeados, 0 multas por infracción de la Ley de Seguridad Ciudadana; en definitiva 0 vidas arruinadas. Ahí, en el Congreso, donde hace un año esos mismos policías uniformados de la coreografía sí reprimieron la protesta de los pensionistas.

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