[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]D[/mkdf_dropcaps]esde hace un tiempo, en los canales de televisión clásicos ya no aparecen hombres. O no como los viene entendido comúnmente la biología. Ahora, es más bien una mezcla entre un autómata del Foro de Davos y un secundario de un anuncio de maquinillas de afeitar que está experimentando una mutante revisión del rol de la masculinidad.
El caso del tradicional “hombre del tiempo” es especialmente afilado. Lo reconocerás porque lleva pantalones pitillo, americana, unas zapatillas deportivas ostentosas y porque tiene unos 43 años. Está preocupantemente delgado.
Son todos exactamente la misma persona. Dirías que se apunta al botellón de todas las becarias del canal, pero también al equipo de fútbol sala del hermano de 19 años de alguna de ellas. Hay turbiedad para todos.
Después de sacarse Periodismo y Comunicación Audiovisual, sea lo que sea eso y sirva para lo que sirva, pasó una temporada en la India o en cualquier otro país que exija vacunarse contra enfermedades erradicadas en Occidente antes del Tratado de Utrech y que tenga una delirante oferta de turismo transexual; allí aprendió a dar esos masajes tan siniestros que insiste en regalar a toda la redacción.
Poco se sabe de su vida personal. Que se compró una V.P.O. en la periferia y poco más. No se le da mal un juego de mesa aburridísimo que solo él conoce.
Deja caer muy habitualmente que está dispuesto a echar un afterwork y al día siguiente quiere que se le note que no ha dormido muy bien, aunque no se le nota porque su avejentada cara contrasta igual todos los días con ese vestuario de malo de la Pantera Rosa.
Se trata, sin lugar a dudas, del tío que en el vestuario del gimnasio pasa desnudo más tiempo del necesario mientras consulta en un iPhone bastante antiguo un artículo de criptomonedas que no está dispuesto a comprar, pero sobre las que quiere estar informado.
Naturalmente, este producto del cementerio televisivo tiene escrito en la cara con Comic Sans 18: “DEPREDADOR SEXUAL”.