[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]E[/mkdf_dropcaps]l mundo de hoy es demasiado grande, no digamos ya en internet. A fuerza de estirarlo, de estirar los registros en la red y de añadir capas y capas de ironía ahora abundan las malformaciones de la web 2.0 del yo posteo y tú comentas. Ahora que parte de los lectores empiezan a oler en estas palabras un alegato elitista, es buen momento para señalar que gran parte de la gente a la que nos referimos no necesita la democracia. De hecho, ni siquiera la pide.
No nos desconcentremos, estamos hablando de páginas de memes, concretamente de los comentarios que deciden el bien y el mal debajo de las publicaciones. Nos referimos a los “borra”, los “cómo se nota que esta página la llevan chavales” o los “ya, bueno, eso de ahí no es ser de izquierdas”. Estos Pepitos Grillo desencadenados son algo más que corrección política o gente egocéntrica. Se trata de individuos que no pueden pasárselo bien y además no van a permitir que nadie más lo haga hasta que ellos puedan.
Los comentaristas son una mezcla pre irónica y post irónica, gente que se siente como Ned Flanders cuando se ven retratadas sus creencias y que al mismo tiempo renunciarían al más mínimo compromiso por nada, nihilistas pero nihilistas sin definirse. La razón que nos mueve a escribir estas líneas no es el rencor ni su ‘política de cancelación’, sino más bien la forma en que indican al resto del público que el humor debe venir con propósito, aunque hayan renunciado al propósito. Y todo esto trae repercusión política.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Dónde se han fabricado individuos tales que pueden poner una mañana en tinder que viajes, cerveza y amigos no creo en las etiquetas y la misma tarde arruinarle el meme a los demás porque se ha insinuado algo malo del procés independentista? Podemos remontarnos a la muerte de Dios, a la revolución científica y Darwin, pero preferimos echarle la culpa a los hippies. De los años sesenta a esta parte las ideologías políticas han dejado de ser causas para limitarse a ser simples personalidades, todo ello multiplicado exponencialmente en redes sociales. Aquí llegan los memes, tan primitivos, tan insensibles, solo un botón que aprietas y suena una carcajada seca. Un espectáculo que los comentaristas pensaban que amaban, pero en realidad no soportan.
Seguramente lo peor sea que estos diablillos incorformistas, en cuestiones políticas, son tan alarmantes como manipulables. Basta con ponerles delante la zanahoria para que pidan el palo. En lo que a nosotros respecta, tan solo queremos que vean nuestros memes, no les gusten, se callen (o dejen de seguirnos) y sigan bajando.