Arévalo: Volumen 4

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Nadie puede dudar de que esta portada merece una tesis doctoral o, por lo menos, ser el leitmotiv de una redacción de inglés de 2º de ESO en un colegio concertado.
“Volumen 4” representa el inicio de la etapa de madurez del autor, dejando atrás el vanguardismo de los volúmenes “1, 2 y 3”, que según las capturas de Google Imágenes contenían chistes de valencianos, pasotas o extranjeros, propios del Arévalo más intimista. Estamos, ahora, ante su obra más autobiográfica -podríamos decir-, en la que su relación epistolar con Clementina, una burra del establo que tenía en la casa de sus tíos, empapó la retórica de su producción en este ciclo.
La estética de Arévalo en esta pieza recuerda vagamente a la que tendría un vampiro de Aguilar de Campoo (Palencia) a mediados de los años setenta. Esa mirada que oscila entre el conferenciante agrónomo y el boquiabierto tonto del pueblo se complementa con una deliciosa sinergia gestual de cantante de boleros en karaokes. El cigarro es Marlboro, con casi total seguridad.
La relación de alicientes que ofrece el cassette presenta un abanico de preguntas rigurosas. El contexto de la época era el que era, ok. Y que el humor del chiste clásico estriba, casi siempre, en la caricaturización de minorías es algo que aquí no vamos a discutir. La cuestión es: ¿por qué los camioneros eran una minoría risible? Los chistes de cojos, gangosos, ciegos o andaluces tienen el obvio trasfondo de una discapacidad; pero, ¿los camioneros? ¿Qué demonios encierra ese concepto? No se me ocurren otras implicaciones directas que no sean la prostitución de polígono o el alcoholismo al volante; si bien, entonces, no tiene sentido que se intitule como “chistes de camioneros” lo que en puridad serían “chistes de rumanos”.
Por otro lado, ¿qué es exactamente un gangoso y cuántos había en España como para que tuvieran su propio colectivo? Puedo visualizar en mi mente un ejército de un millón de calvos, de gordos, de gafotas o de gitanos, pero no conozco a nadie gangoso. ¿En qué momento dejó de haber gangosos para que no podamos señalar a ninguno más allá de antropófago Sezar Blue?
Pero, sin duda, el mayor interrogante es el “etc.”. El etcétera es una ilusionante ventana abierta al mundo de la descalificación. Ojalá saber qué otros capítulos eran tan necesarios como para humillarlos colectivamente, pero tan innecesarios como para no salir en portada. ¿Chistes de UCD? ¿Cosas de amas de casa? ¿Humor de venéreas? Ojalá.
195 pesetas parece que costaba este tesoro, según reza esa pegajosa pegatina de la parte inferior. Vale, 195 será el precio. Pero, su valor, solo lo puede definir esa palabra imposible de pronunciar para un gangoso: IN-CAL-CU-LA-BLE.

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Nadie puede dudar de que esta portada merece una tesis doctoral o, por lo menos, ser el leitmotiv de una redacción de inglés de 2º de ESO en un colegio concertado.
“Volumen 4” representa el inicio de la etapa de madurez del autor, dejando atrás el vanguardismo de los volúmenes “1, 2 y 3”, que según las capturas de Google Imágenes contenían chistes de valencianos, pasotas o extranjeros, propios del Arévalo más intimista. Estamos, ahora, ante su obra más autobiográfica -podríamos decir-, en la que su relación epistolar con Clementina, una burra del establo que tenía en la casa de sus tíos, empapó la retórica de su producción en este ciclo.
La estética de Arévalo en esta pieza recuerda vagamente a la que tendría un vampiro de Aguilar de Campoo (Palencia) a mediados de los años setenta. Esa mirada que oscila entre el conferenciante agrónomo y el boquiabierto tonto del pueblo se complementa con una deliciosa sinergia gestual de cantante de boleros en karaokes. El cigarro es Marlboro, con casi total seguridad.
La relación de alicientes que ofrece el cassette presenta un abanico de preguntas rigurosas. El contexto de la época era el que era, ok. Y que el humor del chiste clásico estriba, casi siempre, en la caricaturización de minorías es algo que aquí no vamos a discutir. La cuestión es: ¿por qué los camioneros eran una minoría risible? Los chistes de cojos, gangosos, ciegos o andaluces tienen el obvio trasfondo de una discapacidad; pero, ¿los camioneros? ¿Qué demonios encierra ese concepto? No se me ocurren otras implicaciones directas que no sean la prostitución de polígono o el alcoholismo al volante; si bien, entonces, no tiene sentido que se intitule como “chistes de camioneros” lo que en puridad serían “chistes de rumanos”.
Por otro lado, ¿qué es exactamente un gangoso y cuántos había en España como para que tuvieran su propio colectivo? Puedo visualizar en mi mente un ejército de un millón de calvos, de gordos, de gafotas o de gitanos, pero no conozco a nadie gangoso. ¿En qué momento dejó de haber gangosos para que no podamos señalar a ninguno más allá de antropófago Sezar Blue?
Pero, sin duda, el mayor interrogante es el “etc.”. El etcétera es una ilusionante ventana abierta al mundo de la descalificación. Ojalá saber qué otros capítulos eran tan necesarios como para humillarlos colectivamente, pero tan innecesarios como para no salir en portada. ¿Chistes de UCD? ¿Cosas de amas de casa? ¿Humor de venéreas? Ojalá.
195 pesetas parece que costaba este tesoro, según reza esa pegajosa pegatina de la parte inferior. Vale, 195 será el precio. Pero, su valor, solo lo puede definir esa palabra imposible de pronunciar para un gangoso: IN-CAL-CU-LA-BLE.

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