La muerte de Berlusconi

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Faltan 16 días para que se pueda hablar mal de Silvio. Por eso, dedicaremos al Jesús Gil milanés el obituario que él hubiera querido.
Hoy es el día de recordar al cantante de cruceros, antes que al político. Al cantautor amante, antes que al mafioso corrupto. Al travieso Cavaliere, antes que al proxeneta.

En 1952 publicaría Napoli nel cuore, un sentido disco de baladas donde el rigatoni de extrema seducción volcaría la mitad de sus anhelos.

La otra, la desgranaría en 2011: Il vero amore, que completaría su discografía con otro ramo de flechas de vino y rosas directas al clítoris.

“¿Cómo pueden pensar que desde la patria de Casanova diría algo negativo de mis ministras?” -dijo. Y hoy resuena más que nunca su voz de licor de almendras, su voz de traje blanco canalla, su voz de delictuosa cortesía por los frisos del Parlamento della Repubblica.

Habrá quienes hoy hablen de su condena e inhabilitación para cargo público por corrupción de menores y abuso de autoridad; pero, ¿acaso hay mayor condena que el amor no correspondido? ¿Hay peor inhabilitación que la que impide amar?

Hoy Silvio se retira, despacio, por los prados de la Lombardía, pisando la hierba fresca con Gucci, silbando una última tarantela, hacia las últimas luces: lupanar La Dolce Morte.

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