[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]C[/mkdf_dropcaps]ierra los ojos. Imagina que durante 48 horas ese fotógrafo de tu Instagram con ínfulas de Robert Capa deja de publicar una perorata encabronada sobre su falta de éxito. Imagina que durante 48 horas esa petarda que se piensa Gabriela Mistral deja de publicar reflexiones del calado de “la curva más bonita de una chica es su sonrisa”. ¿No viviríamos acaso, durante esos dos días, en un mundo mejor?
Mi #apagónculturalSÍ no se fundamenta en ningún intento absurdo por ganarle el pulso al Ministerio de Cultura, sino en la emergencia de un oasis de vaciedad. No digo nada nuevo si concluyo que hoy casi todo el mundo cree que lleva dentro un artista al que se está infravalorando. Un artista al que si no le remunera el público suficientemente, tendrá que hacerlo el Estado. La aceptación de la mediocridad propia sería un saludable correctivo para todo aquel que no entiende que es simplemente uno más de los tropecientos millones de payasos que hacen directos en Instagram tocando la guitarra o que destroza Hamlet en una compañía de teatro de su barrio.
Existen dos caminos diametralmente opuestos entre quienes ven en el arte un recurso contemplativo y terapéutico; y entre quienes ven el arte como una exigencia mercantil. Casi nunca existen las manos negras y casi nunca el Estado conspira contra ti para que no prosperes. No porque la Administración sea dadivosa, sino porque no eres nadie. Quizá las 48 horas de apagón cultural debieran servirle al apagador para que se cerciorara de que las penurias económicas que le aquejan o la poca difusión de su obra no es nada más ni nada menos que la consecuencia inherente a la vulgaridad de su trabajo.
Rasgar unas cuerdas bien o mal, pintar mejor o peor, escribir lúcidamente o fatal… da igual si ello tiene un efecto rehabilitador para el que lo ejecuta. Pero cuando el hacedor no deja de tocar los cojones obligándonos a todos a admirarlo y a aplaudir con condescendencia su forma de expresión, causa un sopor que bien merece un profundo silenci de 48 horas y 48 días y 48 años.i
En fin. Créeme. Agradeceremos que durante estos dos días no publiques nada, sea lo que sea y sea por lo que sea.