80 años está a punto de cumplir el humano que hay debajo de Quico, el popular y cachetudo personaje que protagonizaría “El chavo del 8”, posiblemente la serie infantil más famosa de la historia de Hispanoamérica.
Ajeno a los avatares del tiempo, Villagrán sigue en su burbuja de estrambótica ficción actuando en circos locales ataviado con la misma indumentaria que utilizaba en el tardofranquismo, realizando los mismos gestos, cantando las mismas canciones y contoneándose con los mismos bailes.
Más allá del siniestro espectáculo que supone ver a un señor de ochenta años actuando como si fuera un niño de cuatro, la historia que hay detrás de este comediante es absolutamente deliciosa.
Todas las telenovelas del mundo están encerradas en su biografía. Los actores del Chavo se movían como auténticas estrellas del rock en los 70 y sus audiencias se meaban en la cara de las de El Rubius o Ibai. Quico ganó cada vez más protagonismo en detrimento del propio Chavo (Roberto Gómez Bolaños), ideólogo de la serie y empresario con puño de hierro, suscitando los más encontrados rencores y envidias.
Entretanto, ambos mantenían relaciones sexuales con otra actriz de la serie (la que hacía de madre del propio Villagrán), de modo que Quico y El Chavo se convirtieron en enemigos irreconciliables.
El poder que ostentaba Gómez Bolaños era tal que llevó a la ruina a Villagrán, quien durante años se vio desprovisto de trabajo, cancelado y en el más absoluto ostracismo.
Todo parecía resolverse favorablemente en un homenaje a la trayectoria de G. Bolaños, pero no le fue permitida la entrada al histriónico Quico.
Ahora, muerto el Chavo, se acabó la rabia. Quico actúa dignificando el personaje que él creó, con todas las características que inventó, y que durante tantos años se vieron silenciadas por la codicia de ese pequeño muchacho extremadamente pobre que vivía en un barril de la vecindad.
Quizá parezca ridículo a ojos de cualquiera cuando mueve sus patas con su traje de marinero en un lóbrego escenario de Acapulco, pero entre bambalinas Quico siempre podrá contraargumentar a sus detractores: “por lo menos no estoy muerto”.