Internet contra la memesfera

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]R[/mkdf_dropcaps]ecuerdo tiempos en los que el madmin nos pasaba fotos que no entendíamos a través de MSN allá por 2007 o 2008. Eran, efectivamente, los memes que conocemos y amamos todos hoy en día, en un momento en que solo unos pocos podían hallarlos en las profundidades del 4chan o Reddit. La supervivencia de los memes entonces era más cruda y por ende solo los normies, o los descifrables, prevalecían.

Después surgieron recuerdos más comunes para la mayoría como Cuánto Cabrón y después llegó el internet de las redes sociales. Los memes alcanzaron un nuevo pico en Twitter, WhatsApp y especialmente en Facebook y sus grupos, donde se perdieron entre capas de ironía, donde se dankizaron, cursedearon, se vaguearon. También hubo un tiempo, del que resiste mucho, en que todos los memes eran caption: una figura que ejerce una acción sobre otra (por ejemplo, Obama poniéndose una medalla a sí mismo) y tres palabras encima de la imagen para resignificarla. En aquellos años 2014-2019, cuando se difundían de forma frenética, los memes se quemaban en una semana cuando tiempo atrás un meme como Yao Ming podía vivir años.

Todos esos memes siguen por ahí. No sé quién los hace, pero siguen llegando aunque quepa pensar que de pronto todo está en cuarenta o cincuenta memeros españoles de Instagram que se han dado el nombre de la memesfera, como un ente completo. Hemos entrado, casi sin quererlo, en un estadio de meme consciente de sí y de cuya existencia es consciente también buena parte del público y es esta la diferencia crucial con cualquier otra fase. Más allá del abuso de texto, lo autorreferenciales que somos o de la gracia que tenemos, lo que distingue a la memesfera es que se puede rastrear al autor, se le pueden pedir cuentas e incluso podemos terminar pensando que se trata de cuasi artistas, ya que seguimos su obra evolucionando.

Siempre he mirado un meme pensando que lo había hecho internet, que su magia estaba precisamente en ser una expresión híper espontánea de la actualidad, un ramalazo del subconsciente colectivo. Los memes que hacemos ahora, también nosotros, cargan con las razones por las que la gente cree que los hemos hecho. Y muchos memeros abrazan esta identificación, ven con buenos ojos que la gente reconozca sus memes e incluso que se esperen ciertos memes de ellos y no otros.

En lo personal, celebro que haya autores de memes que marquen tendencias y que vayamos asomando los hocicos, lentamente, en medios de comunicación mainstream. Pero me temo que la espontaneidad de los memes de internet se difumina en los nuestros. No espontáneo como sinónimo de frescura u originalidad, sino como aleatoriedad, memes que nadie espere o que no se entiendan del todo. El dibujante Quino decía sobre sus viñetas que si puedes tapar el último dibujo y adivinarlo al leer los demás, entonces la viñeta no vale nada. Espero que así se entienda por qué hacemos todos esos memes que nadie entiende.

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Después surgieron recuerdos más comunes para la mayoría como Cuánto Cabrón y después llegó el internet de las redes sociales. Los memes alcanzaron un nuevo pico en Twitter, WhatsApp y especialmente en Facebook y sus grupos, donde se perdieron entre capas de ironía, donde se dankizaron, cursedearon, se vaguearon. También hubo un tiempo, del que resiste mucho, en que todos los memes eran caption: una figura que ejerce una acción sobre otra (por ejemplo, Obama poniéndose una medalla a sí mismo) y tres palabras encima de la imagen para resignificarla. En aquellos años 2014-2019, cuando se difundían de forma frenética, los memes se quemaban en una semana cuando tiempo atrás un meme como Yao Ming podía vivir años.

Todos esos memes siguen por ahí. No sé quién los hace, pero siguen llegando aunque quepa pensar que de pronto todo está en cuarenta o cincuenta memeros españoles de Instagram que se han dado el nombre de la memesfera, como un ente completo. Hemos entrado, casi sin quererlo, en un estadio de meme consciente de sí y de cuya existencia es consciente también buena parte del público y es esta la diferencia crucial con cualquier otra fase. Más allá del abuso de texto, lo autorreferenciales que somos o de la gracia que tenemos, lo que distingue a la memesfera es que se puede rastrear al autor, se le pueden pedir cuentas e incluso podemos terminar pensando que se trata de cuasi artistas, ya que seguimos su obra evolucionando.

Siempre he mirado un meme pensando que lo había hecho internet, que su magia estaba precisamente en ser una expresión híper espontánea de la actualidad, un ramalazo del subconsciente colectivo. Los memes que hacemos ahora, también nosotros, cargan con las razones por las que la gente cree que los hemos hecho. Y muchos memeros abrazan esta identificación, ven con buenos ojos que la gente reconozca sus memes e incluso que se esperen ciertos memes de ellos y no otros.

En lo personal, celebro que haya autores de memes que marquen tendencias y que vayamos asomando los hocicos, lentamente, en medios de comunicación mainstream. Pero me temo que la espontaneidad de los memes de internet se difumina en los nuestros. No espontáneo como sinónimo de frescura u originalidad, sino como aleatoriedad, memes que nadie espere o que no se entiendan del todo. El dibujante Quino decía sobre sus viñetas que si puedes tapar el último dibujo y adivinarlo al leer los demás, entonces la viñeta no vale nada. Espero que así se entienda por qué hacemos todos esos memes que nadie entiende.

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