Nuestro cerebro estaba ya domesticado para relacionar “tick azul” con “prestigio”, ya fuera este como sinónimo de calidad o, simplemente, de viralidad.
Nuestros ojos eran ya como el perro de Pávlov e inconscientemente babeaban ante un nuevo seguidor con tick azul, por el aura de rigor que lo rodeaba.
Ahora, con la democratización de la autenticación en Instagram, tu amiga de Onlyfans o el mentor inmobiliario de tu pueblo ya tienen su tick azul. Nuestro cerebro todavía sigue procesando el cambio y será paulatino que en nuestro imaginario vaya perdiendo su singularidad y pase a ser un atributo hortera al lado del nombre de usuario.
Nosotros, por si acaso, nos lo vamos a poner ahora mismo, porque nuestro único objetivo ético siempre ha sido el mismo: que babeemos todos juntos. ¿Tú te lo vas a poner o qué?