MIRAR

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Este finde estuve en Zaragoza y vi como los de la UVI despegaban del asfalto el cuerpo semicalcinado de un motorista. Un ángel del infierno, al parecer.

No tardaron en apelotonarse unas 50 personas en torno al cordón policial para hacer esa cosa que tanto gusta a los vecinos: MIRAR.

Pero hay otra cosa que gusta más todavía, y que poca gente tiene el coraje de admitir, y es socializar cerca de la tragedia ajena. Los mirones no llorán. Qué va. Al contrario. Hay un entusiasmo contenido en el ambiente que emerge del tumulto, de las sirenas, del humo, de un problema que nos supera y que nos toca de lejos, pero que tenemos la extraña fortuna de contemplar de cerca…

Y yo -culpable- soy el primero en sufrir incontinencia verbal cuando el drama forastero estalla ante los ojos de ésta, mi comunidad, ávida de dramas de carne y huesos. Somos uno y estamos vivos. Estamos borrachos de paz.

Así, vecinos con los que nunca había hablado, se dirigen a mí como si fuera viernes por la tarde y acabarán de cobrar. «Al parecer era un ángel del infierno de esos», dice una mujer con gemelos en el carrito. «Era nazi y gitano», puntualiza alguien. «¿Nazi y gitano?», pregunta otro. «Pues iba a no sé cuántos por la calle de tu abuela…», me suelta un señor bajito con enormes lupas tocándome la pierna con el índice.

«¿Y usted quién es, y por qué me toca de ese modo?», le hubiera contestado en una ocasión normal. Pero esta vez, le dije: «No quiero sonar cínico ni nada de eso, pero mejor esto que haberse llevado por delante a mi pobre yaya o a cualquier vecino…» Y la gente, claro, asiente.

Entonces entiendo que vivo rodeado de personas buenas, aunque no lloren. Sí. Entiendo que a veces hace falta que el cuerpo de un nazi motorizado vuele 50 metros por encima de nuestras cabezas y termine abrasado y con los miembros esparcidos en las escaleras de un colegio público para, bueno, estrechar lazos con el lupas-no-me-escupas amigo de mi abuela. No sé si me explico…

Muchas veces la desgracia de los demás saca lo mejor de nosotros. Nos recuerda que estamos vivos, y juntos, y que la muerte existe… Siento que Instagram y el Trap nos han robado algo de todo eso

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Este finde estuve en Zaragoza y vi como los de la UVI despegaban del asfalto el cuerpo semicalcinado de un motorista. Un ángel del infierno, al parecer.

No tardaron en apelotonarse unas 50 personas en torno al cordón policial para hacer esa cosa que tanto gusta a los vecinos: MIRAR.

Pero hay otra cosa que gusta más todavía, y que poca gente tiene el coraje de admitir, y es socializar cerca de la tragedia ajena. Los mirones no llorán. Qué va. Al contrario. Hay un entusiasmo contenido en el ambiente que emerge del tumulto, de las sirenas, del humo, de un problema que nos supera y que nos toca de lejos, pero que tenemos la extraña fortuna de contemplar de cerca…

Y yo -culpable- soy el primero en sufrir incontinencia verbal cuando el drama forastero estalla ante los ojos de ésta, mi comunidad, ávida de dramas de carne y huesos. Somos uno y estamos vivos. Estamos borrachos de paz.

Así, vecinos con los que nunca había hablado, se dirigen a mí como si fuera viernes por la tarde y acabarán de cobrar. «Al parecer era un ángel del infierno de esos», dice una mujer con gemelos en el carrito. «Era nazi y gitano», puntualiza alguien. «¿Nazi y gitano?», pregunta otro. «Pues iba a no sé cuántos por la calle de tu abuela…», me suelta un señor bajito con enormes lupas tocándome la pierna con el índice.

«¿Y usted quién es, y por qué me toca de ese modo?», le hubiera contestado en una ocasión normal. Pero esta vez, le dije: «No quiero sonar cínico ni nada de eso, pero mejor esto que haberse llevado por delante a mi pobre yaya o a cualquier vecino…» Y la gente, claro, asiente.

Entonces entiendo que vivo rodeado de personas buenas, aunque no lloren. Sí. Entiendo que a veces hace falta que el cuerpo de un nazi motorizado vuele 50 metros por encima de nuestras cabezas y termine abrasado y con los miembros esparcidos en las escaleras de un colegio público para, bueno, estrechar lazos con el lupas-no-me-escupas amigo de mi abuela. No sé si me explico…

Muchas veces la desgracia de los demás saca lo mejor de nosotros. Nos recuerda que estamos vivos, y juntos, y que la muerte existe… Siento que Instagram y el Trap nos han robado algo de todo eso

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