[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]Y[/mkdf_dropcaps]a no termino casi ningún libro desde hace años. Ni series. Videojuegos, pelis, podcasts; demasiado largos, demasiados lentos. Lo llaman déficit de atención, pero qué va; demasiada atención en muchos sitios a la vez. Pienso en ello mientras tomo el sol con la radio puesta, mientras cocino con una receta de Alexa y escucho el enfático parloteo del omnipresente mapache gigante que preside Al Rojo Vivo, mientras me meto un libro de Storytell por las orejas y deslizo lánguidamente mi pulgar por las publicaciones de Instagram. Lo de hoy es lo de ayer y lo de ayer es lo de siempre: vídeos de primera 2.0, narcisismo sexualizado y apología de la vacua tontería; la nueva caja tonta es un espejo de bolsillo, una adicción aburridísima.
Últimamente todo me cansa. Todo, menos los Facebook de neonazis rurales. Puedo estar horas mirando sus fotos, leyendo sus delirios, paseando plácidamente por la carcoma cerebral de esta (sub)especie de señores atrapados en una ideología y una estética teennager: Doc Martins, Bomber, supremacismo ¿ario? y una moto de no sé cuántos caballos dando vueltas por su puto pueblo. Quedan cuatro, pero da gusto verlos.
¿Cómo es posible que mantengan intactas las mismas certezas desde los 16? Supongo que cuando eres muy tonto, a cierta edad, lo único que te queda en la vida es correr hacia delante. Correr y correr, aunque ya nadie te persiga, aunque ya a nadie pretendas dar caza.
Reconozco que siempre me ha fascinado la estética neonazi, más incluso que la nazi (y ya es decir). La esvástica es un símbolo poderoso en un uniforme, pero lo es más tatuado en el pecho, como el prota de American History X. Qué maravilla. Qué fuerza…
Además, creo que el mejor antídoto contra los supremacistas es someter sus símbolos a un proceso de resignificación. Será lento, arriesgado y nos lloverán muchas hostias, pero tenemos el deber moral de empezar a cubrir nuestros cuerpos con esvásticas para vaciarlas de contenido y darles uno nuevo. No sería la primera vez: la esvástica india significó “buena suerte”.
Propongo que a partir de ahora llevar una esvástica sea el símbolo de la gente a la que le gustan las canciones de Don Patricio. Un buen fenómeno de masas. Pasó algo parecido con los tribales y la música bakala: en el imaginario social aparecía como un símbolo maorí, después vinculadas a estos makineros y finalmente se han convertido en un infalible detector de pasaos y horteras. Pues algo así.