[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]U[/mkdf_dropcaps]n nuevo estudio llevado a cabo por la Universidad de California asegura que el planeta enano podría esconder un océano bajo su superficie.
Carver Bierson, uno de los autores del trabajo, sintetiza el hallazgo en pocas palabras para aquellos de ustedes que, al igual que yo, sean unos completos zopencos en astrofísica: “Lo que el estudio nos ha mostrado es que Plutón tuvo un origen material caluroso, y esto significa que, probablemente, en su proceso de creación se formase un océano que se ha mantenido en su forma original hasta nuestros días”. Todo muy correcto y astronómicamente científico. Ahora, llega la pregunta del millón: ¿Por qué debería semejante muermo de noticia preocuparle a un interesante y ocupadísimo internauta como usted?
Es una buena pregunta, al fin y al cabo, la geología espacial no es un asunto precisamente atractivo, y descubrir que una roca flotante tiene agüita dentro apenas es noticia en un mundo en el que, día tras día, la simulación se supera a sí misma, siendo cada noticia más esperpéntica que la anterior (recemos para que lo de Nacho Vidal haya sido el tope). Sin embargo, existe un pequeño detalle en el descubrimiento del mar Plutoniano que es, en efecto, digno de nuestra hiperactiva y modernísima atención; y es que donde hay un océano, hay agua, y donde hay agua, puede que haya vida.
Por supuesto, la comunidad de astrónomos en bloque se ha decantado por la cautela propia del experimentado y, lógicamente, no han querido transmitir al público ninguna certeza sobre la existencia de organismos vivos. Aun así, el pánico pre-EVAU me llama a evadirme de todo aquello que tenga un regusto racional y académico, por lo que, inevitablemente, me tengo que preguntar: ¿Y lo guapo que estaría que hubiera aliens en Plutón?
Sin duda, sería insólito. ¿Qué aspecto tendrían? ¿Estarían, acaso, dotados de temibles tentáculos con su clásico tono verduzco, o habitarían cuerpos microscópicos, flotando por el mar sin apenas moverse? Tal vez serían físicamente iguales que nosotros, con algunas branquias de más, pero con la misma masa corporal que mi abuela Fernanda y exactamente las mismas entradas que mi tío Felipe. Quién sabe, puede que tuviesen un cerebro enorme, como en la peli de Mars Attacks (y al contrario que mi tío Felipe). Ya prácticamente puedo visualizar a los aliens, en su urbanización cerquita del mar, midiendo a ojo para ver si su chalet respeta la Ley de Costas Plutoniana.
Por supuesto, también cabe la posibilidad de que ahí arriba no haya absolutamente nada, y tal vez un pobre astronauta vaya a tener que recorrerse toda la Vía Láctea solo para cavar un agujero en la despellejada superficie de Plutón, asomarse al hueco con la pala en la mano y el corazón en la garganta, y quedarse pasmado al ver que ahí ni hay océano ni hay nada: tan solo las tripas vacías de un planeta, como las de una mandarina sin gajos. Quién sabe. Personalmente, espero de verdad que encuentren algo. Una forma de vida extraterreste, por ínfima que fuese, sería el recordatorio perfecto de lo mucho que se la sudamos a este universo y de que, desde el espacio, desde tan arriba, nuestras victorias, derrotas, y chalets a pie de playa se ven muy pero que muy pequeñitos.