Apátridas

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]M[/mkdf_dropcaps]uchos nos hemos sentido apátridas en nuestra querida Españita. La frivolidad con la que moldean el concepto de patria miles de tertulianos de poco pelo, y la sarta de orgullos y vergüenzas por las que nos ha hecho pasar nuestro país nos obliga muchas veces a esconder el orgullo patrio en el cajón de la indiferencia. ¿Quién nos culpa?

Al fin y al cabo, hablar de este tema en nuestro país es caminar entre dos trincheras muy bien definidas; equidistantes entre sí e igual de lóbregas: a un lado, soldados uniformados de SikSilk se ponen gomina aun teniendo entradas, se embadurnan con demasiado Axe chocolate y se arman con la pulserita de la bandera para gritar «viva España, maricón!». Al otro lado, los de la trinchera de enfrente no tienen ni la decencia de echarse desodorante, llevan pantalones Artengo sin calzoncillos, y te dicen en lenguaje inclusivo que si hablas de España eres un puto facha y un fascista. En medio del barullo, flotando en el espacio como cacas de astronauta, estamos todos los demás, viendo a los dos bandos tumbarse los argumentos a mordiscos en una guerra que, como todas las guerras, deshumaniza tanto a salpicantes como a salpicados, y nos lleva a una repudia lógica sobre el tema por el que se está peleando.

El chimpancé nórdico que nos unió

¿Puede el dichoso Coronavirus terminar con este bucle cansino y pestífero? Hace un par de semanas, cuando el ministro holandés de finanzas dijo que la UE no debería ayudar a España porque «tenemos demasiado apego a nuestros abuelos«, el mencionado chimpancé nórdico se llevó una bien merecida ronda de insultos y descalificaciones. Si te acercabas, detrás de todos los escupitajos podías percibir un sentimiento de unión y de orgullo patrio que no se veía (manda cojones) desde el gol de Iniesta en 2010. Por lo demás, cada aplauso (sincero o no) a la sanidad pública y cada gesto solidario nacido en la cotidianeidad de un pueblo luchando por sobrevivir, me ha hecho preguntarme, ¿es patriotismo eso que huelo?

No lo sé, porque nunca he sabido a qué huele. Pero espero que sí. Creo de verdad que el corona nos ha brindado una oportunidad histórica para alejar el concepto de «patria» de la política y de la perenne guerra de trincheras, para construir una españita en la que quepamos todos, sustentándonos no en pulseritas o trapos de colores, sino en cosas muchos más cotidianas e importantes: comentando con tu vecino a ver qué tal le va, bailando con un directo de Instagram de Estopa, o cagándote en la puta madre de un ministro de finanzas holandés.

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]M[/mkdf_dropcaps]uchos nos hemos sentido apátridas en nuestra querida Españita. La frivolidad con la que moldean el concepto de patria miles de tertulianos de poco pelo, y la sarta de orgullos y vergüenzas por las que nos ha hecho pasar nuestro país nos obliga muchas veces a esconder el orgullo patrio en el cajón de la indiferencia. ¿Quién nos culpa?

Al fin y al cabo, hablar de este tema en nuestro país es caminar entre dos trincheras muy bien definidas; equidistantes entre sí e igual de lóbregas: a un lado, soldados uniformados de SikSilk se ponen gomina aun teniendo entradas, se embadurnan con demasiado Axe chocolate y se arman con la pulserita de la bandera para gritar «viva España, maricón!». Al otro lado, los de la trinchera de enfrente no tienen ni la decencia de echarse desodorante, llevan pantalones Artengo sin calzoncillos, y te dicen en lenguaje inclusivo que si hablas de España eres un puto facha y un fascista. En medio del barullo, flotando en el espacio como cacas de astronauta, estamos todos los demás, viendo a los dos bandos tumbarse los argumentos a mordiscos en una guerra que, como todas las guerras, deshumaniza tanto a salpicantes como a salpicados, y nos lleva a una repudia lógica sobre el tema por el que se está peleando.

El chimpancé nórdico que nos unió

¿Puede el dichoso Coronavirus terminar con este bucle cansino y pestífero? Hace un par de semanas, cuando el ministro holandés de finanzas dijo que la UE no debería ayudar a España porque «tenemos demasiado apego a nuestros abuelos«, el mencionado chimpancé nórdico se llevó una bien merecida ronda de insultos y descalificaciones. Si te acercabas, detrás de todos los escupitajos podías percibir un sentimiento de unión y de orgullo patrio que no se veía (manda cojones) desde el gol de Iniesta en 2010. Por lo demás, cada aplauso (sincero o no) a la sanidad pública y cada gesto solidario nacido en la cotidianeidad de un pueblo luchando por sobrevivir, me ha hecho preguntarme, ¿es patriotismo eso que huelo?

No lo sé, porque nunca he sabido a qué huele. Pero espero que sí. Creo de verdad que el corona nos ha brindado una oportunidad histórica para alejar el concepto de «patria» de la política y de la perenne guerra de trincheras, para construir una españita en la que quepamos todos, sustentándonos no en pulseritas o trapos de colores, sino en cosas muchos más cotidianas e importantes: comentando con tu vecino a ver qué tal le va, bailando con un directo de Instagram de Estopa, o cagándote en la puta madre de un ministro de finanzas holandés.

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