En segundo de primaria me pillaron escupiendo en una de estas bandejas. Lales, la supervisora, me dio un tortazo y me arrastró hasta una de las puertas «prohibidas». Horror.
El correctivo consistió en ponerme con las cocineras a servir a mis compañeros.
Cuando vi a esas mujeres grandes, con sonrisas grandes y pechos grandes llenos de compasión fregando nuestras cosas – mi japo- me sentí fatal… Los momentos de empatía en la niñez los recuerdo como escalofríos estremecedores. Me pasaba lo mismo cuando veía a vagatas o a gente con síndrome de down… Me quedaba petrificado. No sé.
El caso es que cogí la redecilla y el cucharón y me puse a servir lentejas como si fuera un tabernero disney, con entusiasmo. A la gente le hacía gracia. A todos menos a Lales, que tenía depresión. Lo sé porque años más tarde me lié con una amiga de su hija y me enteré de que – flipa- el 12 de septiembre de 2001 se tiró desde un octavo abrazada a su chihuahua.
Me acuerdo que el día que me lo contaron estuve toda la noche especulando sobre la vinculación con los atentados del 11-S. ¿Tanto le afectaron? ¿Algo así incita al suicidio a los que son propensos? ¿Por qué cogió al pobre perro? A saber.