ARTÍCULO PUBLICADO EN EL ESPAÑOL: Las mudanzas me ayudan a lidiar con mi pasado de manera ordenada: si no me cambiara de casa una vez al año, no tendría ni idea del tiempo que llevo viviendo en Madrid. Ni sería consciente de mi arco de transformación.
«Increíble», repetía un señor ruso en medio de mi salón bebiendo cerveza y mirando fijamente al televisor apagado. Le acababa de soltar 50 pavos para que me ayudara con la mudanza. “Me parece increíble que sigan existiendo los cables», añadió al rato. “Pues sí”, le contesté. Luego se le cayó esa misma tele por las escaleras, y no fue por el cable. Fue porque iba pedo.
Pero da igual.
Las mudanzas son así: destructivas y liberadoras. Como un televisor estallando. Como una revolución triunfante. A mí me ayudan a lidiar con mi pasado de manera ordenada; si no me cambiara de casa una vez al año, no tendría ni idea del tiempo que llevo viviendo en Madrid. Nunca daría con la cifra exacta. Estoy seguro. Ni tampoco sería realmente consciente de mi arco de transformación…
En mi calendario revolucionario, por tanto, el año empieza el 1 de septiembre. Esa es mi nochevieja. Y sueño con que algún día la gente sea lo suficientemente sensata como para reventarse la cabeza con alcohol todos los 1 de septiembre, y no los 1 de enero. Sueño con eso. Porque hacer una mudanza es siempre un ejercicio muy higiénico, pero también hay mucho de introspección, de tedio y de tensión acumulada en abrir (literalmente) una puerta para cerrar otra. Merece una buena jarana eso. Merece fuegos artificiales, pitos, amigos y botellas de champán haciendo crash en el asfalto.
Esta vez he sido especialmente implacable con mi pasado para que él deje de serlo conmigo. Es decir, colección de fotos con mi ex en Marruecos, basura. Ropa que me queda bien, pero no muy bien, basura. Libros, discos, pelis; basura, basura, basura. ¿Formato físico? No en 2020. Auriculares, cargadores, cremas, revistas, cuadros, regalos que no sirven para nada… a la basura.
Y así empieza a asomar por la ventana de mi nuevo hogar la necesidad de crear una estructura estético-musical completamente nueva al servicio del cambio, la revolución, el futuro, la incertidumbre, lo que sea. En esta etapa no aspiro a descubrir artistas ni músicos nuevos, aspiro a descubrir géneros, movimientos. Quiero el paquete entero.
De hecho, ahora mismo, estoy entrando en una cosa llamada “Russian Doomer Music”, un nuevo sonido con ecos post-punk y new wave que surge de un meme creado en la página 4chan y que a menudo es representado con el dibujo de un chico de unos 23 años deprimido, blanco, demacrado, alcohólico y “con alto riesgo de adicción a los opioides”. El meme surgió el 16 de septiembre de 2018, pero los recopilatorios de música en Youtube y Spotify son mucho más recientes. Los grupos cantan en ruso, lo que complica las búsquedas en internet si no sabes cirílico. Pues eso. Eso es lo que quiero.