Ok, generación zeta

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]E[/mkdf_dropcaps]ste año quiero ir a la fiesta de San Pepe en el Parque de Atracciones y que la vejez me explote en la cara

En junio de 2005, siendo muy menor, recuerdo beber a media tarde, con un calor inhumano, una bebida malísima que sabía buenísima de un vaso azul en el epicentro del Rollo (como Machado cuando hablaba de esos días azules y de ese Sol de la infancia, pero mal). Medio colegio, la cantera de los latin kings, unos mods que todavía no sabían lo que eran… Todo el mundo conocido. Y frente a nosotros había un chaval de veinte años, que a nuestros quince nos parecía un puto viejo. Recuerdo que nos preguntábamos, desconcertados, cómo podía tener los santos huevos de estar a su edad por allí, practicando ese ejercicio reservado solamente para nosotros que era divertirse. Le hacíamos un incómodo vacío, como cualquier familia al hijo tonto en la posguerra.

Este año quiero ir a la fiesta de San Pepe en el Parque de Atracciones y que la vejez me explote en la cara. Tengo ganas de ser ese anacrónico desgraciado que sin pretenderlo vaya vestido, a los ojos de esos universitarios rapidísimos, como si fuera un guardabosques o un retarded que se ha escapado del área psiquiátrica del Clínico.

Tiene que ser divertida esa torre de Babel donde cada grupo conspire en su lengua y solo yo hable en la mía. Todas las referencias serán distintas. Todos los precedentes. Casi todas las motivaciones. Absolutamente todos los nombres de los bares, como si fueran camaleones que se amoldan al carácter imprevisible intergeneracional. Y el único punto en común, posiblemente, sea esa sensación liberadora que no cambia y que te hace eternamente joven en la panorámica de las perspectivas inconcretas de un día de los de salir.

Probablemente me parecerán casi todos unos tontos del culo, pero no menos que yo a ellos. Y a ninguno nos faltará razón. Y tratarán, como nosotros aquel día, de persuadirme con la jerga y acidez propias del hijoputismo de esos años, de que ya no estoy en la onda. De que ya no se dice estar en la onda. El tiempo también cambia de lengua, y suena un irrefrenable tik-tok donde la resistencia siempre dijimos tic-tac.

-«Pero bro, que soy más de Pimp Flaco que de Lori Meyers. Y más de Rick y Morty que de afterworks, nóminas, inversiones, paritorios. Que a mí esa gente no me representa.»

-«Qué impostado te queda el bro en la boca, bro.»

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[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]E[/mkdf_dropcaps]ste año quiero ir a la fiesta de San Pepe en el Parque de Atracciones y que la vejez me explote en la cara

En junio de 2005, siendo muy menor, recuerdo beber a media tarde, con un calor inhumano, una bebida malísima que sabía buenísima de un vaso azul en el epicentro del Rollo (como Machado cuando hablaba de esos días azules y de ese Sol de la infancia, pero mal). Medio colegio, la cantera de los latin kings, unos mods que todavía no sabían lo que eran… Todo el mundo conocido. Y frente a nosotros había un chaval de veinte años, que a nuestros quince nos parecía un puto viejo. Recuerdo que nos preguntábamos, desconcertados, cómo podía tener los santos huevos de estar a su edad por allí, practicando ese ejercicio reservado solamente para nosotros que era divertirse. Le hacíamos un incómodo vacío, como cualquier familia al hijo tonto en la posguerra.

Este año quiero ir a la fiesta de San Pepe en el Parque de Atracciones y que la vejez me explote en la cara. Tengo ganas de ser ese anacrónico desgraciado que sin pretenderlo vaya vestido, a los ojos de esos universitarios rapidísimos, como si fuera un guardabosques o un retarded que se ha escapado del área psiquiátrica del Clínico.

Tiene que ser divertida esa torre de Babel donde cada grupo conspire en su lengua y solo yo hable en la mía. Todas las referencias serán distintas. Todos los precedentes. Casi todas las motivaciones. Absolutamente todos los nombres de los bares, como si fueran camaleones que se amoldan al carácter imprevisible intergeneracional. Y el único punto en común, posiblemente, sea esa sensación liberadora que no cambia y que te hace eternamente joven en la panorámica de las perspectivas inconcretas de un día de los de salir.

Probablemente me parecerán casi todos unos tontos del culo, pero no menos que yo a ellos. Y a ninguno nos faltará razón. Y tratarán, como nosotros aquel día, de persuadirme con la jerga y acidez propias del hijoputismo de esos años, de que ya no estoy en la onda. De que ya no se dice estar en la onda. El tiempo también cambia de lengua, y suena un irrefrenable tik-tok donde la resistencia siempre dijimos tic-tac.

-«Pero bro, que soy más de Pimp Flaco que de Lori Meyers. Y más de Rick y Morty que de afterworks, nóminas, inversiones, paritorios. Que a mí esa gente no me representa.»

-«Qué impostado te queda el bro en la boca, bro.»

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