[mkdf_dropcaps type=»normal» color=»#ff3154″ background_color=»»]Ú[/mkdf_dropcaps]ltimamente pienso mucho en la muerte. Hago una videoconferencia con alguien a quien casi no conozco, y pienso en la muerte; juego 10 años después al Ninja Gaiden 2, y pienso en la muerte; escucho de fondo la respiración de Herman Tersch en la tertulia de Jimenez Losantos, y claro, la muerte.
No es que me quiera morir, es que me voy a morir.
Nunca seré astronauta, ni emperador, ni registrador de la propiedad en Santa Pola. Ya no hay tiempo para eso. Me moriré de cáncer aunque no fume, y pasaré mis últimos años en vete tú a saber dónde; pero tiene pinta de que habrá dolor físico y moral a raudales.
Necesito hacer algo: irme a la Conchinchina a rezar a un dios en el que no creo o pillar un bazoka y enrolarme en las milicias kurdas. .
Necesito que me rompan el corazón una vez cada dos años y enamorarme así 25 veces antes de palmar. Últimamente también pienso demasiado en Ramón García. Esto sí que no tengo ni idea de por qué me pasa; pero pienso demasiado en ese hijoputa y ni siquiera lo veo por la tele.
No sé.
2020 acaba de empezar y ya está terminando. El tiempo es una puta vieja mentirosa asesina de bebés. REPITO: El tiempo es una puta vieja mentirosa asesina de bebés. Tatúatelo en la cara. “La verdad desagradable asoma”, que diría el tío de Esperanza Aguirre, “y envejecer, morir, es el único argumento de la obra”.